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Historias de la guerra Thargoide "La última entrega en Holvandalla 2"

El comandante Conrad Reilly, un veterano piloto de la Federación, estaba acostumbrado a los peligros del espacio profundo. Su Python, la Tempest, había resistido innumerables escaramuzas y misiones arriesgadas. Pero aquel día, mientras se dirigía al planeta Holvandalla 2, su suerte estaba a punto de cambiar.

La misión era simple: entregar suministros al asentamiento agrícola Leclerc Horticultural Farm. Sin embargo, a medida que se acercaba al planeta, la nave comenzó a temblar violentamente. Un destello en el panel de control indicó un fallo crítico en el suministro eléctrico del reactor principal. La Tempest había sufrido daños severos, posiblemente por un ataque sorpresa.

Conrad no tuvo tiempo de investigar más sobre que le había atacado. Con los sistemas fallando uno tras otro, inició un descenso de emergencia hacia el planeta. A través de la penumbra, pudo vislumbrar un asentamiento minero en la superficie. Era su única esperanza.

La nave se estrelló en las afueras del asentamiento, dejando un surco profundo en la árida tierra. Conrad despertó aturdido en medio del caos de la cabina destrozada. El olor a cables quemados llenaba el aire, y las alarmas sonaban sin parar. Sabía que tenía que salir de la nave para pedir ayuda.

Agarró una pistola láser, un traje Maverick y se lanzó al exterior. El viento azotaba su traje, y la arena se colaba por cada grieta. En la distancia, el asentamiento minero parecía desierto, pero Conrad no tenía otra opción. Con cada paso, sentía el peso de la misión y el peligro inminente.

Cuando finalmente llegó al asentamiento, lo recibió un silencio inquietante. Las estructuras de metal estaban parcialmente enterradas en la arena, y no había signos de vida. Sin embargo, al entrar en la sala de control principal, se encontró con un pequeño grupo de mineros, agotados y desesperados.

"¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?", preguntó uno de ellos, un hombre de rostro curtido por años de trabajo duro.

"Soy el comandante Conrad Reilly. Mi nave se estrelló, necesito ayuda para repararla", respondió. Pero antes de que pudiera decir más, otro minero interrumpió.

"No tenemos tiempo para eso. Los Thargoides han atacado este sistema y los Revenant ya están aquí", dijo en voz baja, casi temblando.

Conrad sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los Thargoides, una raza alienígena hostil, eran conocidos por su brutalidad y poder destructivo. El simple hecho de enfrentarse a ellos en un asentamiento tan vulnerable era una sentencia de muerte.

"Están atacando la mina. Nos atraparon aquí y no hemos podido contactar con nadie. Muchos ya están muertos", explicó el líder de los mineros.
Conrad comprendió rápidamente que la situación era mucho más grave de lo que había imaginado. No se trataba solo de reparar su nave, sino de sobrevivir al ataque inminente de los Thargoides.

El grupo decidió que su única opción de sobrevivir era llegar a una estación de comunicaciones en el otro extremo de la mina, para enviar una señal de auxilio. Sin embargo, los Revenant ya habían invadido gran parte del complejo. Para abrirse paso, utilizarían cargas explosivas mineras contra los Revenant. La misión sería extremadamente peligrosa.

A medida que se acercaban a la estación de comunicaciones, las señales de combate esporádicos reciente se volvían más evidentes. Cuerpos de mineros yacían manchados de sangre por doquier, y las paredes estaban salpicadas de líquidos verde fluorescente de las armas de los Revenant. El silencio solo era roto por los espeluznantes chillidos de las criaturas en la oscuridad.

Uno a uno, los miembros del grupo comenzaron a caer. Primero fue un joven minero, atacado por sorpresa por un Revenant, que lo partió en dos con un rayo de haz. Luego, un minero lanzó una carga explosiva contra otro Revenant. La explosión mató al Thargoide, pero derrumbó parte de una pared, sepultando a dos mineros más bajo toneladas de escombros.

Conrad y los pocos sobrevivientes que quedaban lucharon desesperadamente para alcanzar la estación de comunicaciones. Sabían que el tiempo se agotaba, y que si no lograban enviar un mensaje de auxilio, todos morirían.

Finalmente, llegaron a la sala de control, donde se encontraba el transmisor. Conrad y un minero, comenzaron a trabajar en los controles, tratando de reactivar el sistema. Pero justo cuando lo consiguió, los Revenant los detectaron.

El líder de los mineros, un hombre decidido y valiente, se sacrificó para darles tiempo. Con una explosión final, logró derribar a varios Revenant, pero el costo fue su propia vida. Conrad, con las manos temblorosas, envió la señal de socorro, esperando que alguien, en algún lugar, la escuchara.

Con el transmisor activo, el comandante pudo escuchar cientos de comunicaciones que se entrecruzaban en un enorme caos. Unos estaban intentando pedir auxilio, otros pedían apoyo mientras estaban en combate contra los Thargoides. A Conrad le quedó claro que nadie iría a salvarlos, que todo el sistema estaba bajo asedio Thargoide. Y sabía que había hecho todo lo que podía, excepto una última cosa. Miró a los pocos sobrevivientes que quedaban y asintió. "Debemos salir de aquí, ahora."

La Tempest, aunque bastante dañada, aún podía volar. Con un esfuerzo titánico, lograron llegar a la nave y despegar del planeta. Mientras ascendían, fijó el salto de la nave al sistema Konsu, con la esperanza de que este no estuviera también invadido por Tahrgoides. Conrad miró la superficie desolada de Holvandalla 2, sabiendo que muchos habían quedado atrás.

Había sobrevivido a una batalla más, pero la victoria tenía un amargo sabor a derrota. El espacio era vasto e implacable, y aunque habían logrado escapar, la guerra contra los Thargoides estaba lejos de terminar.
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