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El Descubrimiento de Eidolon Delta

El Comandante Eren Kallas llevaba más de un año explorando los confines de la galaxia, lejos de la Burbuja, de las estaciones espaciales abarrotadas y de las rutas comerciales concurridas.
En su Krait Phantom, la Seraphim, había viajado hasta los bordes de la Vía Láctea, adentrándose en la oscuridad infinita, donde pocos se atrevían a ir.
Los días se mezclaban con las noches en la negrura del espacio, pero Eren sabía que, eventualmente, encontraría algo que valiera cada segundo de su viaje.Y ese día finalmente llegó.

Los sensores de la Seraphim comenzaron a registrar señales inusuales cuando Eren atravesaba una región particularmente desolada del espacio.
La señal era fuerte, compleja y, sobre todo, inédita.
Con el corazón latiendo con fuerza, ajustó el rumbo y preparó su nave para el salto. En cuestión de segundos, la distorsión del hiperespacio dio paso a la visión del sistema más increíble que jamás había visto. Frente a él se desplegaba un sistema estelar masivo e inexplorado, al que decidió nombrar Eidolon Delta.
El sistema contenía más de 300 astros, distribuidos en una vasta red de órbitas y trayectorias que desafiaban la imaginación.
El primer escaneo reveló la presencia de 51 estrellas de secuencia principal, brillando con una intensidad que llenaba la pantalla de su nave con un mosaico de colores y energías. Las estrellas variaban desde gigantes azules hasta enanas rojas, cada una acompañada por su propio séquito de planetas y lunas.
Con el sistema completo desplegado ante él, Eren se percató de la presencia de 10 enanas marrones, esos cuerpos fallidos que nunca llegaron a ser estrellas pero que emitían un tenue brillo púrpura, dándole al sistema un aura de misterio y antigüedad.
Entre las estrellas, una presencia destacaba por encima del resto: una estrella de neutrones, una reliquia de una supernova pasada, girando rápidamente y emitiendo potentes ráfagas de radiación.Las próximas semanas fueron una mezcla de asombro y agotamiento.

Eren dedicó los primeros días a cartografiar los 65 gigantes gaseosos que orbitaban alrededor de las estrellas principales. Estos colosos del espacio, con sus bandas de nubes y sus anillos de polvo y hielo, albergaban un total de 145 lunas. Algunas de esas lunas eran mundos en miniatura por derecho propio, con volcanes activos, océanos subterráneos y atmósferas que sugerían la presencia de vida, al menos en forma microbiana.

El siguiente gran descubrimiento dejó a Eren boquiabierto: siete planetas tipo Tierra, esparcidos por el sistema. Estos mundos verdes y azules, con océanos que brillaban bajo las estrellas cercanas y atmósferas respirables, eran un hallazgo extraordinario. Pensó en cómo estos planetas podrían convertirse en el hogar de futuras generaciones, un nuevo comienzo para la humanidad en los rincones más alejados de la galaxia.

Pero Eidolon Delta no se detendría ahí. Además de los planetas tipo Tierra, Eren encontró cuatro planetas acuáticos, vastos océanos que cubrían completamente su superficie, y tres planetas de amoníaco, cuyos mares tóxicos y atmósferas sofocantes no eran aptos para la vida humana, pero podrían albergar formas de vida exóticas adaptadas a esas condiciones extremas.

A lo largo de seis semanas, Eren escaneó, cartografió y estudió cada rincón de Eidolon Delta. Durante este tiempo, identificó 60 planetas que eran candidatos a terraformación, mundos que algún día podrían ser transformados para albergar vida humana. Además, 148 de los planetas que había encontrado tenían atmósferas tenues, cargadas de elementos químicos exóticos que, según los escáneres de la Seraphim, eran el hábitat ideal para formas de vida exobiológicas. El descubrimiento de estas biosferas alienígenas era un avance sin precedentes en la búsqueda de vida más allá de la Tierra.

El comandante Eren Kallas sabía que lo que había encontrado cambiaría la historia de la exploración galáctica. Cuando finalmente dejó Eidolon Delta, después de semanas de arduo trabajo, cargado con una inmensa cantidad de datos que pondrían a los científicos a trabajar durante años, no pudo evitar mirar atrás una última vez. Las estrellas del sistema brillaban como un faro en la oscuridad, un recordatorio de la infinita capacidad del universo para sorprender y desafiar.

La Seraphim saltó al hiperespacio, dejando atrás ese bastión de maravillas, pero en la mente de Eren, Eidolon Delta nunca se desvanecería. Había encontrado algo mucho más grande que él mismo, un testimonio de la inagotable belleza y misterio del cosmos. Sabía que su destino como explorador no era solo descubrir nuevos mundos, sino también inspirar a otros a mirar hacia las estrellas y preguntarse qué más podría estar esperándolos en la inmensidad del espacio.
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