Cmdr Samwell Aeducan
Role
Privateer / Explorer
Registered ship name
llv skyrim
Credit balance
-
Rank
Elite V
Registered ship ID
Imperial Cutter SA-01C
Overall assets
-
Squadron
Lavigny's Legion
Allegiance
Empire
Power
Arissa Lavigny-Duval

Logbook entry

La otra cara del Imperio.

06 Apr 2022Samwell Aeducan
Que mal día para estar borracho.

Había leído la noticia varias veces. Samwell la había exprimido al máximo. Cada línea, cada palabra. El apellido de su familia aparecía junto a la palabra "traidores". Cayó desplomado en el enorme butacón que presidía su despacho. Incluso dejó de escuchar como las olas, rompían contra los acantilados sobre los que se encontraba su palacete. Ya no estaba seguro en Ngun. No estaba seguro en ningún sistema Imperial.
Los Aeducan; un linaje que se remontaba tan atrás en el tiempo, que era necesario acudir a los archivos historiograficos, para conocer todo lo que había sucedido en su familia. Pero sin duda, el hecho más relevante es que estos, estaban ligados a la historia del Imperio de manera inequívoca. "Si un Duval se parara en seco, ¡ Un Aeducan se comería su imperial culo!" oyó una vez decir, a un chatarrero de Arungu. Durante aquellos años, aquel lenguaje burdo fue lo primero, a lo que se acostumbró Samwell, en su exilio forzado. Lo otro fue el asiento de su nave y el frio del espacio. Por aquel entonces, ocultó por seguridad su verdadera identidad. Es por ello, que durante mucho tiempo, pudo saber de primera mano, todas las lindezas que se decían de su familia. De cualquier familia relacionada con la nobleza en realidad. Y no tuvo que llegar al espacio de la federación, para oírlas. El verdadero enemigo del Imperio, estaba en casa. Oculto en cada conversación de media noche. En la sátira de los canales cerrados de holovisión de los bajos fondos. En las pintadas de algunas estaciones planetarias, perdidas de la mano de dios. Recordaba haber visto un cartel en un callejón de Hoften Terminal que decía “¡Marlín vive!”. La sociedad imperial se sustentaba sobre el honor. Pero el honor, estaba sustentado bajo la envidia. La envidia del pobre hacía el rico. Del esclavo hacia su amo. Del que quiere y no puede. ¿O tal vez sí podían, pero no tenían la suficiente fuerza de voluntad? En teoría, nada impedía en la ley, que un esclavo abandonase su condición. Y es que, cuanto más tiempo pasaba en aquel mundo que olía a vapores de alcantarilla, combustible y humedad, más entendía las palabras de su padre.
Su padre, que le obligó al exilio para comprender la realidad del universo, le dijo antes de partir "Vivirás como una rata, para saber cómo se comportan, y evitar que tu casa se llene de ellas." En esto él, tenía razón; los esclavos eran en su gran mayoría individuos sin visión de futuro. Al depender de sus amos, se despreocupaban por querer un mundo mejor. Vivan mucho mejor que cualquier mendigo de la federación y con eso se contentaban. Era gente acomodada en su miseria, que empleaba la envidia y el humor hacia el poderoso, como escape de su triste realidad.  Jamás comprenderían los movimientos de la filosofía neohumanista, la belleza de las ecuaciones fundamentales que rigen el viaje entre las estrellas, la complejidad de la geopolítica estelar, y el misterio de las civilizaciones alienígenas. Si les dieran un lugar entre la nobleza, caerían despedazados bajo las intrigas de esta. Su corta visión, no sería rival para sus sutiles y crueles juegos de alianzas económicas y militares. Y por supuesto, no serían rivales para los enemigos del imperio, más allá de las fronteras de este. No, los esclavos no podían llegar al poder. Sería el fin de la civilización.
Es por esto, que a Samwell le sorprendió el movimiento Neomarlinista. Las mentes detrás de aquello, no eran simples esclavos. Aquél cartel que vio en la estación del sistema Pitalock escondía mucho más bajo la superficie, que el anhelo, por un régimen que murió cientos de años atrás.

Las cosas en política nunca eran simples. Recordó entonces una historia de juventud. De como el Duque de Navas perdió su sistema, a manos del Barón Ian Harelmin. Este se había enamorado de una de las prostitutas del harem del duque. Sin embargo este, se negó a vendérsela. Marius Guladam, duque de Navas era un hombre con mucho poder militar en la zona. Tanto era así, que el rey del sector, Octavius Malagan IV en el trono de Benapem temía por su corona. Nadie dudaba ya que, Marius Guladam acabaría siendo rey. Sabedor de todo esto y enloquecido por los ojos de aquella mujer, Ian Harelmin, inició una serie de movimientos comerciales muy agresivos, desde sus propiedades dentro del sistema Navas, contra los asentamientos que controlaba Marius Guladam. Lo que empezó siendo un par de compras anecdóticas, acabaron por desquiciar al Duque de Navas. Desesperado, el poderoso duque, declaró una guerra civil en el sistema contra el Barón Ian Harelmin. Se lo quitaría rápidamente del medio, y controlaría las propiedades en poder del barón. Ya ganaría luego la batalla dialéctica en el senado, cuando hubiera reducido las posesiones de Harelim a cenizas. El barón sin embargo, consiguió una audiencia en el senado, antes de que terminase la guerra. Jugó el papel de víctima ante los allí presentes. Y bajo la mirada de la emperatriz  Arissa Lavigny-Duval, contó historias sobre la terrible injusticia que el Duque, cometía contra sus propiedades y que, su única ambición no era otra si no la comercial. No fueron pocos -incluido el rey Octavius Malagan IV- los que, aprovecharon esta guerra civil y la aparentemente injusticia cometida, contra Ian Harelim, para traicionar al duque y ganar el favor del rey de Benapem. Octavius Malagan IV no olvidaría en secreto, a todos aquellos que le ayudasen a librarse del Duque Marius Guladam. Acabada la guerra El barón fue colocado como “títere” en el sistema, tras desposar a la viuda de Marius y heredó todos sus títulos, incluido, el ducado de Navas. Pero no le importó su nueva condición de “pelele” imperial. Solo era cuestión de tiempo remediar la situación. Ahora, tenía aquello que en secreto y lascivamente deseaba. Aquella mujer que no lograba quitarse de la cabeza. Que le obsesionaba en lo más profundo de su ser. Un picor que no le dejaba dormir. Su plan, había funcionado y se había servido de otros más poderosos que él, para lograr sus metas. Los había manipulado a todos. Incluida la mismísima emperatriz Arissa Laving-Duval.
No pasó un año, y el nuevo Duque de Navas, fue envenenado. La asesina fue su nueva esposa, la viuda de Marius, que quiso y logró vengar a su difunto marido.

Todo esto le contó su maestro de espías. Se lo contó para ilustrarle, sobre los terribles juegos de la política galáctica. Naturalmente al pueblo, solo le llegó una historia sobre el honor por defender una noble causa comercial y el asesinato por despecho que había cometido la difunta esposa de Marius Guladam. Jamas se puso en entre dicho el poder del rey Octavius, ni los favores que pagaría más tarde por la ayuda. Y por supuesto, nada sobre la misteriosa prostituta del harem, que hizo enloquecer al barón Ian Harelim.

Samwell recordó acudir a su padre, para contarle tan trágica historia. Conocedor de un secreto que la gente corriente no sabía, pero él sí. Ahora sabía la verdad de aquella guerra. Una historia de lujuria, envidias y favores pagados. Y seguro que su padre también. Y quería que él supiera, que ya no sería nunca más, un iluso y que, cuando heredara el título, estaría atento para no caer en semejantes tretas. Sin embargo, cuando contó la historia a su padre, este sonrió burlón. Conectó el emisor de nanointerferencias de su anillo y le contestó.
No fue la viuda, la que mató al barón Ian Harelim, fue la prostituta. Y sabrás esto, porque tu gobernarás esta casa cuando yo no esté. Y si alguien más sabe lo que te voy a contar, fuera de esta nanointerferencia, habrás matado a toda tu familia. Asiente si has entendido la gravedad de estas palabras.  ” Samwell recordó asentir, con un extraño miedo recorriéndole el cuerpo. y entonces su padre hablo...

Años atrás, el Duque de Navas, Marius Guladam, había hecho un comentario en una cena, a la mismísima Arissa Laving Duval, en la cual, le sugería que, si las granjas de Kamadhenu, fueran gestionadas por los contables de Navas, obtendría mejores rendimientos. Él mismo le cedería a su maestro de contables para ayudarla en dicho propósito. Obviamente, las palabras salían de la confiada boca del duque, pero la emperatriz, sabía de donde procedían en realidad esos contables. Habían entrado a trabajar para el duque, por recomendación propia del Rey de Cordenet, un sistema bajo la influencia de Zemina Torval. Gracias a este, aparentemente inocente comentario, obtenía la confirmación de que, el duque estaba bajo la influencia de Zemina Torval. Aunque sobre la superficie, el sistema de Navas pertenecía a la emperatriz Arissa, es probable que ni el mismísimo duque que regentaba el sistema, supiera ya, que sus cuentas estaban siendo controladas desde fuera. Y si el flujo económico de todo el sistema estaba envenenado y se movía en dirección hacia Zemina Torval, era casi seguro, que los medios de comunicación de su sistema y estados de opinión de sus habitantes, iban ya encaminados para provocar un cambio de régimen a medio y largo plazo. En realidad, las palabras del duque, no eran si no, la voz de la anciana, hablando de las bondades de sus economistas. Voz que intentaba extender su influencia más allá de sus fronteras. Influencia que entraría a través, de las nuevas políticas económicas que, sin duda, traería bajo el brazo el maestro de contables del Duque. Por no contar que estos, meterían las narices en la contabilidad de Kamadhenu. La emperatriz Arissa Laviung-Duval no entendía un movimiento tan obvio de Zemina, por extender su influencia. Le pareció incluso decepcionante y de un atrevimiento excesivo. Pero le iba a mandar un mensaje a la anciana. Supo qué debía hacer solo con ver, el desprecio con el cual, la jovencísima esposa del duque miraba a su confiado marido.
Al finalizar la cena, y como agradecimiento por los servicios que sus maestros contables le iban a proporcionar, la emperatriz le regaló un harem que contenía una oscura gema, a su leal servicio. Uno envenenado, que nublaría la mente, no solo del duque, si no de los invitados a sus orgías. La de un hombre en concreto, un barón, envidioso del poder del duque y lascivo como este último. Un harem en el que vivía una mujer de cabello rojo, que hipnotizaba a todo aquel que la miraba como una llama danzante, y que provocó un incendio en el sistema Navas.

Un tiempo después, y con la guerra civil empezada, en el senado, el  barón Ian Harelim puso en práctica todas sus artes escénicas ante la emperatriz para pedir ayuda. Arissa contemplaba aquella tragedia sobre el honor y el derecho de su causa, sabiendo que en realidad, era su entrepierna, la que había tomado el control de su diminuto cerebro. Solo que el pobre barón, no llegaba a discernir, ni en lo más remoto de su entendimiento, quien había tomado en realidad el control de su miembro. A la emperatriz solo le bastó una fingida mueca de lástima, a la vista de todos los allí presentes. Una mueca que significaba luz verde a todo aquel, que quisiera, o bien defender al Barón o bien traicionar al duque. Comenzando por el rey Octavius. Empezada la guerra, ya se sabía con quién estaba la simpatía de la emperatriz. De poco le sirvió el turno de réplica al Duque Marius que horrorizado, contemplo el rostro de impasibilidad de la emperatriz ante sus palabras.
A la mañana siguiente, una flota de guerra, proveniente Benapem y varios sistemas colindantes, invadieron Navas y apoyaron al barón en sus reivindicaciones. El duque, solo comprendió entonces, que había sido traicionado con el beneplácito de la emperatriz. Pero la muerte le alcanzó sin saber cómo ni porqué. Su sistema era fuerte. Sus habitantes felices. Su economía, marchaba como la seda. Era un buen gobernante. Había ofrecido su ayuda en el pasado a la emperatriz. La duda lo mató antes, que los rifles de plasma, en su palacio de Navas.

Arissa Laving-Duval, descendiente de Hengist Duval, XV emperatriz de los Duval, reina de cientos de mundos, Había purgado el sistema Navas sin moverse de su trono, en silencio, con un solo gesto y un regalo. Todos los leales al Duque Marius, ya se habían unido a su causa contra el barón Ian Harelim. De esta forma, salieron a la luz todas aquellas casas del sistema Navas influenciados por Zemina Torval. Por esta razón, la emperatriz dejó que la guerra empezase, sin ella intervenir. Si se hubiera pronunciado antes, sobre a quien apoyaba en el conflicto, los cobardes, hubieran seguido ocultos y no hubiera podido desenmascararlos.  Por supuesto en la guerra, también desaparecieron los contables del duque. Tenía la intención de reprogramarlos y emplearlos en alguna tarea de contraespionaje. Y la esposa del duque Flavia Ganna, que durante meses, había colaborado en secreto con el barón para librarse de su asqueroso marido, ahora también le debía un favor. La emperatriz había recuperado el control y la lealtad del sistema por completo. A saber cuanto tiempo le costó a Zemina tratar de extender su secreta influencia en Navas.
Pero algo salió mal, al margen, de los planes de Arissa. El nuevo duque, fue envenenado.
Su agente en el harem, su joya oscura, desapareció. Obviamente a la emperatriz no le costó atar cabos entre ambos sucesos. Arissa no pudo destaparla. Cuando el nuevo jefe de la guardia del recién nombrado duque de Navas, culpó en público a Flavia Ganna mujer del nuevo duque, la emperatriz dio el visto bueno a la sentencia y fue ejecutada. ¿Pero por qué había envenenado al nuevo duque? Ya había terminado su trabajo. Eso no estaba en sus planes.
La noche en la cual, el maestro de espías de Arissa Laving-Duval, le contó que había descubierto, la emperatriz contuvo la ira primero y sonrió después. Zemina no la había decepcionado después de todo.

El maestro de espías de la emperatriz descubrió que el duque Marius, fue en su juventud un hombre apuesto y también, un amante de Zemina. Amante que la traicionó con una mujer más joven llamada Flavia, a la que acabó desposando. Zemina aguardó pacientemente durante años,  sacrificó la influencia que había logrado en un sistema entero y la vida de miles de hombres, por ver al duque y su joven esposa arder a fuego lento, bajo los planes de la emperatriz. Zemina Torval sabía que su movimiento de influencia sobre Navas, era demasiado llamativo como para pasar inadvertido. Y sabría que tendría consecuencias, no abiertamente contra ella, si no, con aquellos implicados.
La anciana solo tuvo que observar la partida de Arissa en la distancia, y en el momento oportuno, elegir que pieza tocar, para completar sus planes. Y fue a la agente de Arissa del harem. Se cambió de bando. Así también se vengó de la joven mujer de Marius.

Así, sobre la superficie de todos los acontecimientos ocurridos en el sistema Navas, se encontraba un hombre, que honorablemente había tratado de expandir su poder mediante la economía. Un duque, que desesperado por detenerle, había iniciado una guerra deshonrosa y desbalanceada. Guerra que, en nombre de la ley y la justicia, había sido re-balanceada. Y un trágico desenlace, fruto de la venganza por amor.

Todo muy del imperio. Todo muy honorable y romántico.

Todos ellos peones, víctimas de un juego sombrío que les quedaba tan grande, que no llegaban a ver el tablero; El barón, que se creía muy astuto, no había sido más que una pieza del tablero de un juego, del que ni si quiera sabía, formaba parte llegada su muerte. El duque que aceptó de buen grado el ofrecimiento envenenado del rey de Cordenet y años después murió sin establecer conexión ninguna entre esta aparentemente inofensiva acción y los sucesos ocurridos en su propio sistema. Y la joven esposa del duque, que con incredulidad, murió falsamente acusada de asesinato, por aquella que creía su amiga, solo para ocultar sus verdaderas cartas en toda esta partida. Jamás supo que fue asesinada por Zemina Torval.
Un juego entre dos mujeres que no habían dudado ni un instante en sacrificar cientos de miles de vidas. Una por orgullo, y la otra por despecho. Ambas, sin salir de su palacio, separadas por cientos de años luz de distancia.

Samwell recordaba estar petrificado, escuchando a su padre. Este le dijo unas últimas palabras al respecto, que recordaría toda su vida;
"Todos ellos se creyeron más listos que los demás en algún momento. Todos murieron. En este mundo solo hay una constante hijo mío; Los emperadores. Cruzarse en su camino supone la muerte. En ese instante, el mes que viene o en una década.

Samwell Aeducan, volvió a leer el titular; “La familia Aeducan, entre los traidores Neomarlinistas”.
Sabía que había algo más. Siempre había algo más. Pero para desgracia de Samwell, es posible que nunca lograse averiguarlo. Solo le quedaba una opción.

Huir lejos del imperio.
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