Cmdr Samwell Aeducan
Role
Privateer / Explorer
Registered ship name
llv skyrim
Credit balance
-
Rank
Elite V
Registered ship ID
Imperial Cutter SA-01C
Overall assets
-
Squadron
Lavigny's Legion
Allegiance
Empire
Power
Arissa Lavigny-Duval

Logbook entry

Despedida

20 Jul 2024Samwell Aeducan
Maldita sea, necesitaba estar sobrio. Abrió uno de los cajones de su escritorio. Sacó de este un pastillero y se tomó una píldora. Para pasarla apuró el Brandi Laviano que le quedaba y soltó despreocupado la botella, contra el suelo. La píldora tardaría aun unos minutos en hacer efecto. Más lento que su equivalente en inyección, pero era lo único que tenía a mano. Tenía que escapar de allí. Su palacete en Ngun 3 pronto sería asaltado por los Escudos Imperiales y fuerzas de choque. Su guardia personal no sería rival para estos. Es más, no iba a permitir que murieran inútilmente. De pronto la paranoia se apoderó de su mente. ¿Y si sus naves ya estaban en la órbita? ¿Y si ya estaban dentro del palacio? Su familia había sido acusada de traición, por alinearse con los Neomarlinistas. Si había una acusación en marcha, ya se estarían tomando medidas contra todo aquel que llevase su apellido.
En el cuello de su camisa, llevaba siempre una insignia de oro, con el emblema de su casa. Una flor llamada Delrotia, de su mundo natal. La silueta de una antigua Python que parecía partir de la flor, rumbo a tres estrellas de cuatro puntas. Todo ello enmarcado en un aro, que representaba el sol de su mundo. Al pulsar una de las estrellas de la insignia, abrió un canal directo y cifrado con su Vilicius. Era un canal de emergencia. El dispositivo de comunicación era capaz de asociar una sola palabra, al estado del sujeto. No solo analizaba sus constantes vitales, si no que tenía una grabación de todo lo sucedido en la última hora a su alrededor. Todo con la finalidad de que, a una sola palabra del interlocutor,  el mensaje pudiera ser extrapolado y expandido a su destinatario, haciendo que el emisor del mensaje, no perdiera tiempo, explicando detalles, que en una emergencia, pudieran costarle la vida. Su estado vital, emocional y todo lo sucedido, darían el contexto y conformarían un mensaje. No un discurso, pero si un mensaje. Parte del entrenamiento, para el uso de este dispositivo, era saber elegir, cual era la palabra más adecuada y la entonación. Dado un mismo contexto, la palabra equivocada,  podría conformar un mensaje totalmente diferente al que se pretendía transmitir. Rezó para que su estado de embriaguez, no influyera en la extrapolación del mensaje:
-“Despedida”.- apresuró a decir Samwell, mientras sacaba su pistola de plasma del armero y se la enfundaba a la cintura. El destinatario del mensaje era el Vilicius. Un hipervisor no solo de su palacete, si no del estado planetario y lunas colindantes. Despierto siempre por las drogas y atento a decenas de monitores que escupían datos y graficas sin detenerse, la esperanza de vida de estos sujetos, se reducía a la mitad. El imperio aborrecía las máquinas y la automatización, pero no dudaba en usar a ciertos individuos como si fueran una de estas.
Su vista aun adormecida, le jugaba malas pasadas para ajustarse el cinturón. Un zumbido, resonó a su espalda y pudo ver, como uno de sus estantes, se desmaterializaba dando paso a un turbo ascensor. Era una buena señal. Por un lado su mensaje había sido interpretado correctamente. Por otro, el hecho de que, la elección para su huida, por parte del Vilicius, fuera un turbo ascensor, era un indicio, de que los sistemas de energía del palacete, no corrían peligro inminente. Tener ante sí, una escalera, hubiera sido muy preocupante.
Pero al abrirse la puerta, contempló con inquietud un asiento con amortiguadores y cinturones. El Vilicius había comprendido el mensaje, había cotejado datos en las comunicaciones orbitales, y no le habían gustado las conclusiones.
La última mirada de Samwell, hacia su despacho, fue para su botella, rota contra el suelo. La vista se nubló, ante una nube de pequeños drones de servidumbre, con aspecto de mariposas doradas. Acoplándose a sus dispositivos personales, prestos a realizar copias de seguridad, y destruir los originales. A ninguno, le preocupó en aquella ocasión, una botella de Brandi rota sobre el costoso suelo de madera natural.
Implorando para que la pastilla empezase a surgir efecto, la puerta se cerró. Tres parpadeos naranjas de comprobación dieron paso a una solida luz verde. Durante un instante Samwell experimentó la aceleración en su estómago y una arcada le vino a la boca. Contuvo las ganas de vomitar, para no expulsar la pastilla. El amortiguador hizo efecto y con un terrible ardor de estómago, volvió a tragar entre lagrimas de nuevo, aquel caldo caliente, amargo y alcohólico, que había regresado a su boca. A duras penas, contó más de veinte segundos. Ya debería haber llegado al hangar. Veintiuno, veintidos, veintitres… Eso era mala señal. Notó una desaceleración, seguida de varios chasquidos metálicos y un nuevo impulso. Samwell no había notado nada en el interior de la cabina pero sabía que estaba sucediendo. El turbo ascensor había cambiado de ángulo. Ahora este debía tener el aspecto de una bala. El Vilicius le estaba enviando al hangar Delta. El más alejado del palacio.. Solo conocían de la existencia de este lugar, el propio Vilicius y él. La gente que se contrató para construir aquel lugar, nunca supieron para quien trabajaban. Y los encargados de las obras del túnel de emergencia, que conectaba el palacete con el hangar, fueron técnicos que provenían de otro planeta. Todo el hangar estaba automatizado. Allí podría subirse a la nave que le preparase el Vilicius. Esperaba que fuera una Diamoncback Explorer. Con ella estaría fuera del espacio Imperial en un par de saltos. Delta era un pequeño espacio oscuro y durmiente, que en estos instantes, debería estar despertando entre ruidos de computadoras y pesados engranajes, de la plataforma de lanzamiento.
El Hangar Delta se encontraba a 300km del Palacete de Ngun. Tardaría en llegar unos 20 minutos. Tenía algo de tiempo. Ojalá tuviera algo para quitarse el horrible sabor de la boca. Samwell simplemente cerró los ojos y dejó que la pastilla siguiera haciendo efecto, mientras pensaba cual sería su siguiente movimiento. Los minutos, se hacían eternos.
Un leve zumbido, proveniente de su insignia, le sacó de sus propios pensamientos. Al abrir los ojos, se percató de un nuevo panel, a su derecha. Varios dígitos en verde, con una sencilla cuenta atrás. Se aproximaba a los 5 minutos. Al pulsar la estrella, esta tardó un instante en reconocer el ADN del individuo que la pulsaba, para descodificar el mensaje y emitirlo.
La voz del Vilicius sonó nítida.
“ Perdida de la conexión estimada en 8 minutos, transferencia de datos de seguridad, a nave en Delta. ¿Última Orden señor?”.-
Ahora fue Samwell el que hizo la extrapolación de aquel mensaje. El Vilicius, junto con los generadores de energía y el núcleo de la IA, solían ser puntos estratégicos, en cualquier palacio Imperial. Al menos en los de clase media, como el suyo. La IA como defensa informática. Así desactivarían las defensas automáticas. Al mismo tiempo, dejarían a ciegas al Vilicius, desactivando los generadores. De esta manera, el Vilicius no podría coordinar las defensas del palacete y por último, lo atraparían. Los Vilicius son sujetos demasiado valiosos como para asesinarlos. Si conseguían reconvertirlo, entraría a servir a otro señor. Lo que les ocurría a los no conversos, siempre era motivo de cuentos y fábulas a cada cual más siniestro. Lo que era seguro, es que matarían a su guardia personal y el palacio sufriría daños mínimos. Después limpiarían de virus todos los sistemas informáticos infectados y en menos de un mes, su palacio, luciría resplandeciente, bajo el pendón de cualquier otro señor feudal. Una operación limpia, de cirugía política.
Si el Vilicius había calculado 8 minutos, es que las Vultures, que trasportaban a la guardia de asalto,  se encontraban descendiendo la órbita, seguramente procedentes de uno o varios portanaves, que se encontrarían orbitando Ngun 3. Estos portanaves no se habían detectado como una amenaza hasta ahora ¡Porque eran portanaves Imperiales! Los suyos, atacando a los suyos. Por su mente pasó, la imagen del Duque de Navas. De pronto un pensamiento asaltó a Samwell: Esos Portanaves, no acababan de saltar al sistema. Llevaban orbitando Ngun 3 varios días. El Vilicius no los había catalogado como amenaza, porque este también desconocía la noticia, sobre las acusaciones de traición, vertidas sobre su casa. Si la noticia no hubiera sido publicada, le hubieran encontrado y apresado. ¡Alguien se había ido de la lengua a propósito en los medios para advertirle! Eso ha propiciado el despegue urgente de las Vultures. El corazón se le aceleró aún más. La pastilla empezaba a hacer efecto y se aclaraban las ideas. Pero le habían estado acechando ¿Con que fin? ¿Tal vez un golpe coordinado contra varias casas? Samwell pronto se vio elucubrando, más allá de la amenaza inminente y se reprochó a si mismo, esa falta de focalización en lo inmediato. Contestó al Vilicius.
“Rendición. Agradecimiento”.- No permitiría la pérdida de vidas innecesarias. Pero tampoco se iría, dejando que, la única narrativa imperante, fuera la del acusador. Fuera quien fuera.
Samwell notó como los cinturones de seguridad empezaban a ejercer algo más de fuerza sobre su pecho. Había llegado el momento. Fijó su vista en la cuenta atrás. Vio el parpadeo naranja. Comenzó a notar la desaceleración repentina, cuando el contador bajó de los 5 segundos. El turboascensor apuró hasta el último momento para iniciar su frenada y pronto se descubrió a si mismo, apretando los dientes y agarrando fuerte las barras de sujeción. Debía estar experimentando unos 5 G en ese instante, porque reconoció esa misma sensación, cuando realizaba maniobras bruscas con su caza. En un instante cesaría la presión. Soltó un respiro de alivio, cuando cesó la vibración. Los mecanismos de seguridad, liberaron a Samwell y la cabina se abrió. Aquel aparato, que jamás pensó iba a usar, había cumplido a la perfección su función.

Había llegado a Delta. Samwell se vio en un pequeño vestuario, con un par de taquillas desbloqueadas. En ellas había un traje Maverick y algunas provisiones. También un ordenador, con una consola de comandos activada. No vio la necesidad de usarla, pero si el Holo emisor, que el Vilicius había activado. Se situó sobre la plataforma. Iba a iniciar su mensaje cuando dos pitidos, lo interrumpieron. Alzó la mirada y descubrió un pequeño altavoz en la habitación.
“Dos minutos hasta la desconexión”.- El asalto contra las defensas informáticas y los generadores, ya debía haber empezado. Debía de dar la orden rápido de rendición. Activó el Holovisor y un aura azul, rodeó a Samwell. Si el Vilicius había interpretado bien el mensaje, su imagen, debía aparecer ahora en todos y cada uno de los lugares importantes de su palacete. Incluso, todos los intercomunicadores, radios o monitores, debían emitir sus últimas palabras.
“Deponed las armas, leales servidores de vuestro señor. No importa lo que …” el Holovisor parpadeó un instante y se apagó. “¡Maldición!” El Vilicius había errado en sus cálculos. El ataque debía estar siendo feroz. Al menos tenía la certeza de haber enviado correctamente la orden de rendición. Pulsó el emblema de su camisa. El dispositivo había dejado de funcionar. El Vilicius ya no respondía. Escaparía de allí y se vengaría, por todos los leales servidores, que habían perdido la vida, permitiéndole a él vivir. Limpiaría su nombre, aunque fuera con la sangre de otros. De aquellos que le habían traicionado. Se enfundó rápidamente el Maverick. Introdujo en una mochila, ropa discreta de civil, algunas células de energía y un par de chips de fisura. No sabía cuanto tiempo estaría en el espacio, pero la Diamondback Explorer, estaría equipada con suministros para pasar semanas en el vacío.
Abrió la puerta y accedió al hangar. Alimentado por generadores propios, tenía una luz tenue. Varios ordenadores, mostraban la posición de varios portanaves y su trayectoria en la órbita alta del planeta. Una nube de triángulos rojos, sobrevolaban un holograma de su palacete, a trescientos kilómetros de distancia. Al ampliar el espectro del holograma, comprobó preocupado, como varios de ellos, se dirigían a Delta. Habían accedido a los planos del palacio y habían descubierto su ruta de escape. Era solo cuestión de minutos. No lo lograría. Corrió hacia la plataforma de lanzamiento. Al detectar la presión en las placas del suelo, varias explosiones de luz iluminaron la nave. Dirigió entonces la mirada hacia la plataforma de lanzamiento para contemplar su única vía de escape. Sus ojos no podían dar crédito a lo que estaba viendo. Samwell esbozó una sonrisa amarga.
Cualquier comandante, menos experimentado, no las distinguiría. Pero aquella nave, no era una Diamondback Explorer.  Ahora comprendió, que en su situación actual, subirse a esta nave, hubiera sido una sentencia de muerte.

El Vilicius había jugado una última e inteligente jugada. Ahora todo dependía de su pericia como piloto.
Bajo los focos, Samwell corrió hacia aquella nave, de chapado negro grafito, que parecía absorber toda la luz circundante.

Era un Diamondback Scout.
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