La Golondrina
22 Apr 2020Han Tannhauser
El hombre de ojos cansados echa un último vistazo a su reloj, se levanta de su silla y se dispone a salir por la puerta. Todas las caras se giran para mirarle. El ponente, de pie sobre la tarima, de porte regio e inmaculado uniforme, le dirige la palabra con desdén.
- ¿A dónde va, comandante?
- A algún lugar tranquilo, donde sólo vea estrellas y escuche silencio. Y no me llame comandante, no soy militar.
- En primer lugar, tiene usted una licencia de vuelo emitida por la Federación y eso le convierte en comandante. En segundo lugar, la próxima vez que asista a un mitin federal sólo por los aperitivos, absténgase de ocupar una silla en el salón de actos. Buenos días, comandante.
Se escuchan un par de risas ahogadas, y algún carraspeo. El comandante que no es militar se gira de nuevo con actitud tranquila, coge un canapé de la bandeja de aperitivos, sale por la puerta y cierra con cuidado.
A los pocos segundos de entrar en el hangar y contemplar su nave, ya se siente mucho mejor. Una Diamondback Explorer, de color tierra militar (aunque él prefiere decir amarillo cobalto), muy marcada y sucia, pero de aspecto robusto. Hay tres personas junto a la nave, mirándole. Dos de ellos son claramente matones, con unas espaldas que se podrían alquilar para jugar al frontón. El tercero es Willy Tuercasuelta, el chatarrero que le vendió la nave hace años.
- ¡Amigo Tannhauser, tenemos que hablar! -A Willy siempre se le ha notado a años luz ese acento marciano impostado suyo.
- Willy, ya te he dicho mil veces que la nave es mía. La pagué con créditos galácticos, ganados honradamente.
- No estoy de acuerdo. Sé que sacaste el dinero del contrabando de narcóticos, Han. Como comprenderás, un hombre de mi posición no puede permitir que se le relacione con traficantes. Lo entiendes, ¿verdad?
- Lo entiendo. Que la nave valga ahora diez veces más que cuando me la vendiste no tiene nada que ver para un hombre de tu posición, ¿no?
- Lo que Farseer y esos amigos tuyos le hayan hecho a la nave me trae sin cuidado. Te la dejé a muy buen precio, me debes un favor.
- Me vendiste una pieza de desguace y yo la he convertido en una exploradora. Lo siento, Willy, la nave se queda.
El chatarrero hace un gesto y los dos matones comienzan a andar muy decididos hacia ese pelacañas que no quiere darle la nave a su jefe. Han da un paso para atrás y levanta las manos en señal de tregua.
- ¡Vale, espera! ¡Vamos a negociarlo!
- Eso ya está mejor. - Los dos matones se detienen, y Willy habla, visiblemente más relajado. -Voy a necesitar una lista de todas las modificaciones que le has hecho a mi nave, Han.
Han Tannhauser se mete las manos en los bolsillos y baja la cabeza.
- El directorio de módulos está en el ordenador de a bordo. Vosotros primero.
Los dos matones se dirigen hacia la parte trasera de la nave, donde está la compuerta de entrada. Willy se acerca a Han, parloteando en un tono más amigable.
- Sabía que eras un hombre inteligente, Han. No te preocupes, no pienso llevármela sin más, te haré un precio razonable. ¿Qué tal dos millones?
En ese momento, algo hace bip en el bolsillo de Tannhauser. El aire se llena con el ensordecedor ruido de unas turbinas girando a toda potencia, los impulsores de la Diamondback petardean un instante y escupen una sola bocanada de fuego de hidrógeno. El pequeño hangar queda sumergido en una nube de humo en menos de un segundo.
Willy, paralizado, contempla la escena con la boca abierta. Lo que fueron sus dos matones son ahora dos masas humeantes y negras, aplastadas contra la pared de acero. Rápidamente se gira hacia Tannhauser y se encuentra con un bláster de fotones apuntándole a la cara.
Han habla despacio y de forma clara:
- Esta nave es ahora la Golondrina. Y me pertenece sólo a mí.
El pobre Willy no pronuncia palabra, incapaz de cerrar la boca ni de mover un músculo. Una mancha húmeda comienza a extenderse desde su entrepierna.
Poco menos de dos minutos después, la Golondrina cruza el campo de fuerza que aísla la atmósfera interna de la estación Daedalus del espacio exterior. El pequeño Mercurio y el gigantesco y majestuoso Sol le dan una silenciosa bienvenida al piloto. Han teclea algo en la consola de navegación y abre el holomapa galáctico, en busca de algún sitio al que dirigirse. Preferiblemente, algún lugar tranquilo, donde sólo vea estrellas y escuche silencio.
El ordenador de a bordo traza una ruta y, mientras se activa el motor de distorsión, aparece un mensaje de la autoridad federal en el panel de comunicaciones, etiquetado como "urgente".
Multa impuesta de 25.000 créditos al comandante Han Tannhauser por el encendido de motores de su nave en el interior de un hangar federal, sin previa autorización de despegue. Plazo límite para el pago de la multa de 2 días y 12 horas.
-¡¡DIABLOS!!
Y un puño cae con fuerza y rabia sobre el panel de controles, en el mismo momento en que la nave entra en el hiperespacio.