El valle de las gigantes solitarias
29 Jan 2023Han Tannhauser
Diario de bitácora de Han Tannhauser a bordo del portanaves Aramo, a 19 de abril de 3308, en plena misión de rescate en la otra punta de la galaxia.Hoy he vuelto a sentirme totalmente desorientado al salir de mi ya habitual cápsula criogénica desde que comenzamos la travesía. El equipo médico de Vista Genomics sigue experimentando e inoculándome extractos de suero durante mis éstasis en el hielo, a partir de las muestras biológicas de las que disponemos a bordo. Aún no saben a qué se debe; lo han llamado el «mal del espacio» a falta de un nombre mejor. Espero que hallen una cura pronto. ¿Tal vez se deba a aquellas limaduras de molusco boreal que fumé en aquella estación de mala muerte, antes de partir? Los dolores de cabeza y las náuseas persisten; estas no son condiciones para un viaje espacial.
Por suerte, de vez en cuando mi estado se estabiliza y puedo abandonar la cápsula un tiempo. Me acerco al panel de navegación del portanaves y compruebo que hemos segudio avanzando. Nos encontramos en el valle de las gigantes solitarias, una región poco poblada en los límites inferiores de la galaxia. Me recuerda tanto a mis mejores días de exploración... Un territorio desolado, con baja densidad de estrellas, donde has de calcular las rutas al milímetro si no quieres quedarte varado en medio del espacio. Desde el ventanal de popa puedo contemplar la galaxia casi en su totalidad, ligeramente de costado, pero a suficiente distancia como para apreciar todo el disco.
El panel de comunicaciones parpadea y me saca de mis divagaciones. Recibo una grata sorpresa al escuchar la voz del comandante Sulaco, que parece haber decidido unirse a la expedición. Habrá venido en solitario en su nave desde la Burbuja. ¿Cuánto tiempo llevo dormido...? Parece que está en compañía de Ambit y Aybkamen, en plena excursión de exploración y exobiología. Volar un rato y buscar nuevas especies que analizar le vendría bien a mis músuclos entumecidos, así que me dispongo a abrir la comunicación para proponerles participar, cuando, de repente, el capitán Haghar entra en la habitación. Me pregunta qué tal me encuentro y le digo que algo mejor, aunque seguimos sin saber de dónde procede este «mal del espacio» ni cuánto durará.
Al capitán le parece buena idea lo de salir a explorar un rato. Por lo visto, llevan bastantes jornadas de minería y apetece «estirar las piernas». Por desgracia, no podemos unirnos a los comandantes Sulaco, Ambit y Aybkamen, ya que en esos momentos ya estaban solicitando atraque en el Aramo, dando por terminada su excursión. Aun así, ha resultado una jornada muy productiva. El capitán y yo hemos hallado dos lunas orbitando a un gigante gaseoso, con sendos paisajes desérticos y una buena cantidad de flora. Ha resultado refrescante recorrer las dunas a bordo de los VRS; me ha recordado a aquellas carreras por los desiertos de la Tierra que nos hacían visualizar en los módulos de Historia, cuando era niño.
Al finalizar la jornada de exobilogía, el capitán ha decidido quedarse un tiempo en las lunas, por si encontraba algo más de interés. Yo me he dispuesto a regresar al Aramo, por pura previsión: no sé en qué momento puede volver el maldito «mal del espacio» y prefiero estar en casa, como quien dice, cerca del equipo médico. Durante el trayecto de regreso, he podido comprobar que el valle de las gigantes es traicionero, y es ahí donde de verdad han vuelto a mi cabeza aquellas largas rutas por las zonas despobladas de la galaxia. He cometido el error de no controlar el nivel de combustible, en una zona donde la distancia interstelar media es de 50-60 años luz, y donde la mayoría de estrellas están fuera de secuencia. Me he sentido como un novato.
La cuestión es que me he quedado sin combustible a apenas dos o tres saltos del Aramo. La estrella repostable más cercana se encontraba justo por encima del rango de salto que me permitía el culín de combustible que había en el depósito, y me encontraba en un sistema con una única enana blanca. Estaba varado en el espacio.
Jamás, en toda mi vida como explorador, he tenido que llamar a los Fuel Rats. He estado en situaciones complicadas, pero siempre he sabido calcular mis rutas con inteligencia. ¿Habré perdido práctica? ¿Tal vez me he sentido demasiado confiado por la cercanía del Aramo? ¿O serán los efectos secundarios del molusco boreal?
Por suerte, tenía a bordo suficiente material para sintetizar un compuesto catalizador concentrado y hacer una inyección básica al motor de distorsión, lo que mejoraría la eficiencia del poco combustible que me quedaba y aumentaría lo justo el rango de salto para poder alcanzar una estrella cercana en secuencia principal.
Me he sentido algo aturdido. ¿Cómo he permitido que ocurriera esto? Menos mal que la vieja Golondrina es una nave de recursos. Jamás me ha fallado y, esta noche, ha vuelto a salvarme la vida. Mi vieja amiga sigue cuidando de mí, estemos donde estemos.
De vuelta al Aramo, me he dejado caer sobre uno de los asientos de la cubierta principal sin ni siquiera quitarme el equipo de exploración Artemis. He podido traer más muestras para el equipo de Vista Genomics; espero que sirvan de algo. Estoy empezando a preocuparme, pero el capitán ha traido al mejor equipo médico de la Burbuja. Ahí, sentado frente al ventanal del puente de mando, me pregunto cuánto tiempo estaremos aquí fuera. Acabamos de salir y nos dirigimos a lo más remoto de la galaxia. Nos dirigimos al abismo, y aún no sabemos nada del comandante Raasczak. No me cabe duda de que sabe cuidarse; me vienen a la cabeza recuerdos de los campos negros, donde el entonces comandante raso Haghar y yo mismo habríamos naufragado sin remedio de no ser por su guía. Sé que le encontraremos sano y salvo.
El comandante cierra los ojos y se abandona al sueño, al abrigo de la oscuridad más absoluta que quiere colarse desde el otro lado del ventanal. En el valle de las gigantes apenas hay estrellas.