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Bitácora de la comandante 05

19 Feb 2018Snowsturm
Sector: Inner Orion Spur
Cuadrante: -20 : -64 : 30
Sistema: Upsilon Aquarii, estación Allen Hub
Hora: 22:23:56 del 18 Feb 3304.
Cambio.




Qué decir. Mientras cargaban en la cabina económica de pasajeros, instalada temporalmente en Silver Memory, a los cabecillas de la revolución, presos y empacados en cápsulas, decidí actualizar un poco los recientes desarrollos a mi alrededor. Han sido unas semanas bastante interesantes, en toda sinceridad. Así que vamos a ir lo más en orden posible. No considero que tenga los minutos exactos para ninguna de estas cosas, ya que me he estado moviendo con mucha frecuencia y recuerdo muy pocos datos exactos de los lugares en los cuales ciertas cosas ocurrieron; mas haré noción lo más lealmente posible a la manera en la cual los hechos se desenvolvieron.



Primero lo primero. Ataques Thargoides. O atacan, o investigan. Para aquellos que viven bajo una roca, los Thargoides son una raza alienígena sensible y racional, que han logrado viaje espacial y tecnología que permite disrupción del espacio-tiempo, y las relaciones con ellos son mayormente hostiles, sin canales existentes de comunicación entre las dos razas. Inicialmente, bandos de séquitos en pro de los no-humanos hablaban de paz y relaciones amistosas con los Thargoides, inclusive con toda la fangosa historia que hay tras del tema. Ahora… bueno, ahora las cosas han cambiado a un tono bastante diferente. Si el lector ha encendido el holovisión en los últimos días, o visto los encabezados recientemente, comprenderá de qué hablo: ataques en masa a estaciones humanas, de forma indiscriminada y agresiva, acercándose más y más al corazón de la burbuja de civilización en la galaxia. Los ataques han sido mayormente devastadores, con cientos de miles de vidas perdidas.
He estado charlando al respecto con otros comandantes que los han visto muchísimo más de cerca que yo y cada uno tiene una hipótesis diferente sobre ellos. Algunos dicen que están en búsqueda de algo en particular, si es que ‘búsqueda’ es la palabra correcta; de lo contrario habrían acabado completamente con las estaciones que han atacado anteriormente y asaltarían sin piedad a las naves que hiperdictan. Sí, por si no faltara más, cuentan con la tecnología para interrumpir el tránsito por el hiperespacio de una nave humana entre sistema y sistema. El único lugar en el que algunos dicen sentirse seguros, en los instantes en los cuales transitan por ese túnel interestelar que no está en este mundo; ya no es tan seguro.
También escuché que son una raza agresiva por naturaleza y simplemente su instinto es el buscar dominar, controlar, expandirse y asentar su fuerza y poder desde los primeros contactos. Eso último, la verdad me deja pensando un poco. En comparación con varios de los reportes del comandante Gangrol y lo que él reclama que es su descubrimiento de una forma de comunicación bilateral con un ser bastante particular llamado Rocky, sobre el cual no iré en detalle para proteger su identidad o para convencerme a mí misma que no han sido meras alucinaciones suyas de explorador durante su tiempo lejos de la civilización, es factible que una raza sí sea bélica por genética.
Poniéndolo de forma sencilla, comprendo el concepto de comportamientos por naturaleza codificados en nuestro material genético, una hipótesis que ha estado el centro de atención de casi todo estudio evolutivo desde el siglo XX, y que es probable que exista un rasgo intrínseco de violencia en una raza, o en la raza en cuestión para no darse más vueltas, pero… a mi parecer no es por naturaleza, mas por su desarrollo y entorno. No tengo evidencia para sustentar esa declaración pero, bueno, supongo que algo de naturaleza habrá, pero no al nivel de llevar a una raza a arrasar estaciones y masacrar gentes por deslices de ira. Muchos sabemos que la humanidad no es inocente de transgresiones contra los Thargoides en este conflicto. Con lo que hemos visto de los Guardianes, otra raza alienígena sensible, y ahora extinta, y los Thargoides, es más o menos seguro decir que los Thargoides tienen una historia tanto o más bélica que nosotros, pero han decidido estudiarnos de a pocos para un fin potencialmente nefasto; por lo cual, creo que la reacción de la raza humana es la más adecuada, y me veo en obligación de aplaudir a compañías como Aegis por sus nuevos progresos en tecnología anti-Thargoide, que vaya que nos va a hacer falta para borrarlos con prejuicio extremo. Belicismo, de donde se mire.



Habiendo sido parte de la fuerza de rescate en el sistema HIP 17694 con más de 5.000 supervivientes a mi nombre, extraídos de la estación Hudson Observatory, una de las más recientes víctimas de los ataques Thargoides, decidí recaudar más fuerzas para ayudar a contrarrestar las catástrofes posteriores a los ataques Thargoides y procedí al sistema Atlas, a Cyllene Orbital. No me queda más que darle las gracias a cierto personaje. Valerosamente, el comandante HakaBlack ofreció sus escasos recursos al explicarle la situación de las Pléyades, ignorando completamente los peligros, y sin preguntar sobre las recompensas. Llámenme lo que deseen, pero no arriesgaría mi vida por un extraño sin saber que hay algo valioso con mi nombre de por medio. Y bien, pareceré de talante poco solidario mas no lanzaré mi pellejo a la muerte de gratis. Me rehúso a morir porque sí. Eran… eran otros tiempos en los que era mejor persona. En los que era mejor. Ya perdí ese brillo ignaro que llenaba todo de generosidad, todo de esa magia desorientadora y abrasadora, y es un error que no volveré a cometer. Jamás. Puagh. Me queda una cruda memoria reciente para recordármelo.
Ahora bien, si lo que ofrecían las pobres almas en Hudson era lamentable, en Cyllene era patético. Con el mayor Frost decidimos, o más bien le ordené, que no dejase pasar a nadie a bordo que no cubriese al menos los 10.000 créditos por cabeza. Soy muy consciente de que 10.000 créditos no es un dinero que el común de la gente pueda producir durante una emergencia, pero lo mencioné, mi labor no es gratuita. Descubrí que Frost era demasiado amable, la verdad; no tuve remedio, y me vi forzada a enseñarle cómo educar a un sucio indigente quien quería escabullirse como rata a bordo. A patadas, a patadas fuera de la nave—. Ahí y ahí hay dos llamaradas creciendo. Haga algo productivo por todos los que pagaron su debida cuota y láncese a ellas. —eduqué al mugriento indigente sin dejar de enseñarle el barril de mi pistola láser. Con esta gente hay que tratarlos así. “Oh, por favor comandante, bla bla bla, sólo tenemos estos repuestos que pudimos sacar de nuestra humilde fábrica, bla bla bla, todo lo que teníamos se ha quemado, bla bla bla, estoy seguro que las grandes facciones locales estarán muy agradecidas.” Pff—. Lástima que no logró encontrar un trabajo de verdad como el resto de nosotros; le habría servido para salvarle el pellejo ahora, ¿no? —La gente cree que de misericordia se vive, pero no. Que mi nave no me salió en una caja de cereales ni los módulos en un astro rocoso que genera módulos de máximo calibre esporádicamente. Pff. A timar a otra. 10.000 por cabeza, o no hay pasaje.



—Y los políticos corruptos, ¿esos tienen prioridad por tener dinero? —intentó convencerme el comandante HakaBlack.
—La gente de esa calaña conlleva un rol muy importante en la sociedad. Éticamente hablando, no son seres que puedan dignarse al título de modelo a seguir, pero su influencia para mover capital no es nada de qué avergonzarse. Son personas así las que fomentan la expansión y la economía, y las que repotencian el instinto evolutivo de nosotros, la humanidad, para morder a través del dolor y seguir adelante. Y no morir. Son los que en un futuro podrán salvar esta pobre excusa de raza e inspirar progreso. —Y sí. Porque de humildad parecemos alimentarnos esperando que algún día, algún ser mitológico entre las fuerzas universales pueda salvarnos. En fin.
Hay una memoria en particular que no puedo olvidar, y la considero más privada pero tal vez alguien pueda interpretarla algo mejor que yo. Una niña, de tal vez seis, vino a mí. Iluminada por las llamas del garaje que comenzaba a arder por las aristas y cantos, su rostro polvoriento me miró, en llanto mientras que yo pulía mi pistola láser, ansiosa por salir cuanto antes. El hangar parecía a punto de colapsar.
—¿Nos puede llevar, señora capitana? Su nave es muy, muy grande. Por favor, por favor.
—Comandante. Co-man-dan-te. Deberías decirle a tus papás que la señora comandante les manda a decir que traigan 10.000 créditos por cada uno, a menos que puedan compactarse y ocupar un cajón los tres, y así les llevaré con descuento. Porcentaje por cabeza, claro.
—No sé dónde están. Me dijeron que siga adelante, que no los esperara… que me van a alcanzar, y… una señora me agarró mi brazo y me trajo hasta aquí. ¿Me lleva? Quiero ver a mi papá y mi mamá. No quiero quedarme aquí, tengo miedo.
—Oh, pobrecilla. ¿8.000 créditos? Seguro que puedo empacarte con algún otro mocoso.
La niña miró al suelo y con sus pequeñas e inútiles manos temblorosas, me extendió una horrenda muñeca de trapo.
—Puedes quedarte con Ela. Ela es mi amiga, pero puede ser tu amiga. —Me ofreció su muñeca como pago. Alcé la vista para mirar al mayor Frost pero había ya ascendido a la nave.



Fuimos acreditados con más de 8.000 supervivientes de la estación Cyllene Orbital por parte del transbordador de rescate que recibía todas nuestras entregas de pasajeros, y habiendo excedido nuestra cuota planeada originalmente, Hakablack y Silver Memory decidieron tomar rumbos separados. Despedidas, partición de botines, y ‘demases,’ siempre incómodos. Con combustible a tope, y Frost ocupado por órdenes mías en realizar cuenta de las ganancias, nos dispusimos a trazar ruta para dar vuelta en regreso a la burbuja. En ese instante, recibí un comunicado urgente de las fuerzas de Zemina Torval: los Escudos de Torval. Al parecer, la potencia había entrado en un estado de alboroto y desorden debido a la terrible gerencia de los ciclos recientes por parte de los comandantes más novatos delegados a la junta y sus votos prescindibles, por lo cual se realizó un comunicado a todos los pilotos activos en la fuerza de Torval, particularmente los de alto rango.
Con 5 zonas en peligro de ser socavadas por otras potencias, y con déficit a nombre de la potencia en este ciclo y predicho al próximo, decidí intervenir en ello de lleno. Tengo que admitir que nuestros balances crediticios recibieron un impacto considerable ya que no había otra manera de forzar a esas alturas a que los locales rindieran a esclavitud a sus líderes políticos poco transparentes, sin sobornarles. La relación entre los líderes políticos y la potencia yace en cómo se fortalece la senadora. Creo que no necesito explicar más. En viajes de más de 775 prisioneros políticos a bordo, nos movíamos en silencio por el espacio, esforzándonos por no llamar la atención y moviéndonos tan rápido como permitían nuestros motores, trabajando sin descanso. Ni el mayor Frost ni yo emitíamos palabra más de la necesaria. Cada carga era un golpe contundente que Torval acertaba en cada localidad. Una vez los locales de la estación descubrieron nuestro interés en erradicar la corrupción y pagar por ello, las celdas en el hangar de carga estaban ya llenas de políticos… mayormente corruptos listos para ser vendidos a nuestra causa. Su sacrificio era por una causa importante, sea cual quiera que fuese su situación personal. 10.000 créditos por cabeza. ‘Justicia poética,’ pensé divertida y pagué el precio sin pensármelo dos veces.  Al terminar el ciclo, se calculó que un total aproximado de 9.700 prisioneros políticos habían sido facturados por Silver Memory, al mando de la duquesa imperial y gestión de carga por parte del mayor Frost, en menos de 8 horas solares, detalle por el cual recibimos una mención honoraria en los tabloides imperiales y una invitación de la mismísima senadora para convenir con ella a tomar un té. Frost no podría creérselo. Al leer el correo, su boca quedó colgando. Yo, bueno, tengo que aceptar que me costó un poco también. La gran Torval. Una figura al mando de billones, y billones de vidas, cientos de sistemas estelares, con una visión dorada y un puño de hierro. Uno de los nombres más conocidos en toda la galaxia y ciertamente una de las figuras más poderosas a nivel galáctico de la era actual. Encantada, acepté. Suspiré para mí misma, despegando la mirada del holograma de mi buzón de entrada, para consultar sobre la invitación con la muñeca de trapo que reposaba sentada cómoda sobre el tablero de navegación.
Una dama encantadora de mente abierta. Supongo que ahora les debo un poco más que eso sobre el encuentro con semejante personaje. Así que bien.

Cuadrante: 60 : -75 : 30
Sistema: Synteini, nave capital, tipo Interdictor Torval, clase Majestuosa
Hora: 12:58:11 del 12 Feb 3304.
Cambio.




—Calma, mayor, es sólo una persona regular. —murmuré entretenida, observando al mayor Frost ajustando y reajustando su traje, dándose vueltas y puliendo las arrugas de las mangas de su jubón con sus palmas frenéticamente. Perlas de sudor comenzaban a formarse sobre su frente.
—¿Regular? ¿Qué tiene de regular Zemina Torval? Senadora al Imperio, aliada de la mismísima emperatriz imperial, y dirigente de su propia potencia galáctica con su propio ejército, lo suficientemente potente como para borrar miles de sistemas del mapa. ¿Qué tiene la senadora de regular, comandante? —berreó frustrado, a lo cual me eché a reír.



—Duquesa. No lo olvide. En términos del Imperio, y en especial aquí, frente a la senadora, llámeme por mi rango imperial. —sonreí holgada sobre la silla de caoba y algodón en la antesala de Torval.
Me torné para observar por la ventana. El espacio exterior. Muy, muy al fondo se divisaba la estación Lagerkvist Gateway, un cuboctaedro de sobre dos kilómetros de diámetro girando, girando perezosa e incesantemente, y detrás… el amanecer. La estrella brillaba briosa tras el planeta Synteini A 2, cuartel principal de la civilización al mando de Torval. Luego de que cientos de miles de astros fuesen descubiertos por la humanidad, se decidió adoptar un sistema alfanumérico para denominar a todos los cuerpos estelares con base en la estrella principal alrededor de la cual rotaban, mas estoy segura que los locales les otorgarían nombres afectivos a sus astros madre. Las luces nocturnas iluminaban el planeta, vistiéndolo en el más elegante atuendo de todo el sistema. El Interdictor Torval de Clase Majestuosa flotaba perezosamente en órbita al mismo planeta, como un gigante dormido a la espera de ser despertado; su gran furia sosegada.
Miré sobre mi hombro, a mi izquierda. Dos guardias imperiales vigilaban las puertas marfiles, contorneadas por un cordel dorado, insensibles a nuestra charla. En disciplina practicada, guardaban silencio absoluto; ni un movimiento. Atenta, contemplé como en una curiosa sincronía, ambos centinelas llevaron su índice a su oreja, atentos seguramente a alguna transmisión importante. Más silencio.



—La senadora los está esperando. Adelante, duquesa, mayor. —dictó uno de los guardias, dándose vuelta para permitirnos el paso.
Me alcé de hombros y a través de un breve gesto con mi cabeza, apunté hacia la puerta, ordenando al mayor a que prosiguiese, sin agregar palabra. Pálido, tomó la delantera. Los guardias abrieron las puertas de par en par para nosotros y revelaron una decadente oficina clásica decorada a la moda inglesa del siglo XXV. Compuesta por una exquisita selección de muebles de caoba y tapices de terciopelo, podría decirse que la oficina transportaba a todo cuanto traspasaba el umbral y se adentraba a este espacio, a otro siglo. Una extraordinaria selección de fotografías enmarcadas (sí, fotos, no hologramas) de expediciones, paisajes interestelares y escenas de importantes encuentros políticos decoraban la oficina a lo largo de los muros, y una cantidad de dispositivos exóticos sobre divanes y mesones daban una atmósfera impresionante, tal como brújulas y barómetros estelares según pude notar, que relataban otro tiempo de mayor gracia para la humanidad, un tiempo en el cual nos aventurábamos, tal como hoy, en la búsqueda de nuevos mundos. En lugar de un segundo piso, contaba con una entreplanta en forma de balcón que rodeaba las tres paredes opuestas a la puerta, lo cual le daba más altura al cuarto, formando un pasillo superior con barandal en forma de U que permitía acceso a una colección de libracos y textos. Me encantaría pensar que los textos eran meramente decorativos, porque por mi parte no logro recordar cuándo fue la última vez que tomé un libro físico, pero noté que algunos de ellos reposaban en un mesón al lado de un diván dispuesto para la lectura.
La oficina era verdaderamente una ventana a la persona que era la senadora. Y, por supuesto, al fondo, en el centro de esta magnífica oficina, estaba frente a nosotros una figura sumida en su oficio, tras un robusto escritorio de caoba oscura y más de ocho pantallas holográficas arqueadas a su alrededor; sus manos alzándose, descendiendo, trazando y pulsando cientos de figuras holográficas que reclamaban su atención, de pantalla a pantalla, tal como si dirigiese una orquesta inmensa, encargándose de docenas de menesteres y obligaciones al mismo tiempo. Despegué mis ojos de ella por un momento, tornándome para apreciar de nuevo la oficina, y me pareció que, mientras contemplaba la forma en la que estaba organizado el espacio, la oficina parecía tener una especie de flujo nucleico, de forma que todas las cosas en esta habitación aparentaban desplegarse por un vector, como si todo objeto y superficie fuese no un producto del proceso de decoración que dio luz a la atmósfera de la habitación; más bien, todo era como una consecuencia directa de su residente, existiendo específicamente por sus órdenes y caprichos, emergiendo específicamente desde ella, muy similar al espectáculo que es una fuente de chorro emanando de una poderosa estrella de neutrones.
Habiéndome adentrado un poco para detallar los artefactos y pinturas, caí en cuenta que el mayor había tomado sólo unos pasos al interior de la habitación antes de petrificarse por los nervios. Volteándome, me cubrí los labios, riendo bajo y con un gesto de la cabeza, le indiqué que tomase asiento. En su defensa, puede que le haya sido algo extraño estar ahí sin saber qué hacer, a la espera de un saludo o una bienvenida; por mi parte, asumí que la senadora se dirigiría a nosotros una vez estuviese lista. A regañadientes, el mayor tomó asiento, con ambas manos entrecruzadas para intentar reprimir los nervios en su pecho. Divertida, continué observando con detalle los curiosos instrumentos de navegación que tenía expuestos Torval. Mi asombro estaba por las nubes; estaba impresionada por la antigüedad y perfecta preservación de algunos de ellos. Acerqué mi rostro a uno en particular. Un… ¿barómetro? Labrado en madera con un detalle impresionante, el dispositivo leía “London” en una placa metálica y luego, a lo largo de un medidor vertical numérico, una serie de condiciones atmosféricas, “muy seco”, “seco”, “templado”, “lluvioso”, “tormentoso”. ¡Qué maravilla!



—Duquesa. —invitó tras de mí una voz madura llena de resolución.
Irguiéndome, me di la vuelta para observarla justo a tiempo y ver cómo, abriendo sus brazos, partía sus pantallas holográficas para desplazarlas a ambos lados de su escritorio, emergiendo frente a nosotros. Colocando una mano sobre la otra sobre su regazo, sentó sus ojos en mí luego de asentir brevemente en dirección de Frost, reconociendo la presencia del mayor. Asentí y tomé asiento al lado del pobre hombre.
—Gracias por su espera, duquesa, mayor, —comenzó, sin disculparse—, es todo un placer finalmente conocerla. —Sonrió ella con un encanto funesto a lo cual no pude evitar y responder con una sonrisa aún más amplia.
—El placer es todo nuestro, se lo aseguro, senadora. —respondí encantada por la mujer frente a mí—. Es todo un honor ser invitados personalmente por usted.
Ella negó con su cabeza—. Disparates, duquesa. No dude en comportarse acorde a su rango. No sólo es un activo indispensable para nuestra potencia galáctica gracias a sus méritos, mas es una agente de alto rango de la Armada Imperial. Está usted en casa. —declaró de una forma tan natural que me quedé en ese instante sin palabras. Ella sonrió, complacida con mi reacción—. Un té, ¿duquesa?, ¿mayor? —preguntó luego de ya haber realizado un gesto visual a uno de sus guardias, así que negarse probablemente no sería una buena opción. Igual, me apetecía bastante un té.
—Sí. Por favor. Gracias. —respondió el nervioso Frost, a lo cual no pude evitar y responder con una risa baja.
—Encantada. ¿Qué selección lleva a bordo, senadora? —respondí con algo más de naturalidad.
—¡Ah, sí! La colección de esta semana proviene del sistema Kappa Fornacis. Es una desgracia que el sistema esté actualmente bajo tantos ojos mezquinos que quieren tomarlo de nosotros. —negó con una nota de tristeza que parecía preparada.
—Pasé por allí hace dos días para la fortificación y recoger… compañía, y…
—Prisioneros. —se interpuso ella, corrigiéndome con su voz y su mirada.
—Prisioneros, correcto. —respondí con algo de sorpresa.
—Nuestra potencia apoya la venta y compra de prisioneros y esclavos. Específicamente esclavos imperiales, duquesa. Son mercadería éticamente correcta, tal como cualquier otra en el mercado, no tenga miedo de referirse a ellos como tal. El Imperio asegura un límite al término de dicha esclavitud, luego de que el acuerdo comercial por parte del deudor sea saldado, tal como es estipulado en el contrato de servicio. —exigió con firmeza.
—Entendido.
—Bien, ahora. ¿Decía? —replicó Torval, sus ojos más allá de nosotros, observando a sus centinelas.
—Me… he pasado por la estación Harvestport y me topé con la más exquisita selección de vegetales y legumbres de este lado de la galaxia. Tuvimos una cena inolvidable ese día. —asentí aún pudiéndome acordar del maravilloso sabor.
Los párpados de la senadora se estrecharon. Su vista seguía tras de nosotros y parecía fastidiada.
—¿Todo en orden, senadora? —pregunté intrigada.
Sin responder, ella gesticuló con su índice y dedo medio para que su guardia se acercara. Empujando el carrito de té más minuciosamente labrado que haya visto en toda mi vida, la figura se acercó y se postró a la siniestra de la mesa.
—En el menú de hoy, tenemos té negro, de oolong, blanco, de especias y dos variedades de té verde, sin y con menta. —detalló el oficial en un resumen preparado.
—Oolong. —exclamó la senadora sin agregar más.
—Té verde con menta, por favor y gracias. —solicitó educadamente Frost.
—Especias para mí. —repliqué, siguiendo el ejemplo de la senadora.
—La próxima vez que vuelva a tardarse, será la última. —amonestó en un tono bajo y salpicado por una furia serena.
—Sí, senadora. No volverá a suceder. —se excusó el oficial, sirviendo el té con un ligero temblor en sus muñecas que intentaba disimular.
—¿De veras? —volvió Torval, observándome a mí de nuevo—. No puedo decir que haya disfrutado de una cena en esa estación en particular. Tendré que pasarme por ahí, bajo su recomendación. —La manera en la que decía las cosas era tal que dejaban la sensación de que cada palabra tenía una importancia irregular, y que cada compromiso y opinión cargaban un peso que podría volver para morder en caso de ser falso o incierto—. ¿Qué restaurante me dijo que había sido?
Sin tomar la salida fácil, le seguí la conversación—. Der Helle Stern, senadora. Exquisito, se lo recomiendo si le agradan los platos un poco más fuertes. —asentí segura.
La senadora sonrió. Ahí fue cuando caí en cuenta. No hablábamos de comida. Ni de estaciones, ni de té. Hablábamos de mí, como persona. De mis cualidades y características. Alcé mis ojos y la observé, con un nuevo respeto adquirido hacia ella. Desde el principio había estado estudiándome, desde que entramos a su oficina. Mis reacciones a su silencio, a sus amonestaciones a su oficial, mi selección del té, mi actitud frente a la polémica de los prisioneros y esclavos. Notando mi descubrimiento, ella sonrió con más candidez y yo me alcé de hombros, sencilla.
—Me aseguraré de visitarlo, comandante. —replicó serena, marcando con deleite mi ocupación, como si hubiese descubierto una apreciación nueva hacia mí.
—De seguro. Permítame saber, y encantada iré con usted si así gusta. —Cada vez íbamos reduciendo más y más el volumen de la voz, como si nuestra conversación fuese explícitamente nuestra.
Al terminar el té, Torval se levantó de su asiento y nos acompañó hasta la puerta.
—Mayor.
—Senadora. —Frost realizó una reverencia, más que contento de abandonar este lugar.
—Duquesa. —Torval sonrió y me extendió la mano—. Espero me dé razón para volverla a citar de nuevo.
—Senadora Torval, —extendí la mano y estreché la suya. Su palma era fría y firme como el acero de sus ojos, pero había una calidez filial e inequívoca hacia mí en ella—, estaré de vuelta pronto para otra taza de su maravilloso té, si así lo dispone.
Al cerrarse la puerta tras nosotros, continuamos hacia el fondo del pasillo.
—Cuando envejezca, quiero ser como ella, murmuré más para mí misma que para Frost, contenta.
—Ni hablar, mejor empiezo a buscar otra nave, comandante, —replicó Frost en broma, con un grave alivio en su voz; todo el color de su rostro drenado por los nervios.

Cuadrante: 60 : -75 : 30
Sistema: Sowiio, Sowiio ABC 9 F, estación terrestre Geesi Keep
Hora: 02:18:22 del 14 Feb 3304.
Cambio.


—¡Pilotos! ¡Motores listos! —anunció la voz a través de los transmisores al interior de cada VRS. Una cacofonía de agresivos ronroneos empezó a llenar el entorno. Múltiples diminutas luces empezaron a dispararse desde las torres: espectadores tomando fotos.
“Un día con la senadora y al siguiente atendiendo a una carrera…,” pensé, entretenida, sumándome a la asonancia de motores.



—¡Tres!
—¡Dos!
—¡Uno!
¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip!

Los vehículos de exploración comenzaron a arremeterse a toda velocidad por la larga pista de metal. Debido a mi falta de tiempo para invertir en práctica con el circuito, mi tiempo de clasificación para la posición de arranque se vio afectado… en términos más sencillos, comencé de última. A toda potencia en los motores, íbamos a máxima velocidad en la primera recta, devorándonos el camino afanosamente. La vibración del grueso caucho de las ruedas sobre el chasis amortiguado del vehículo era de ensueño para la adrenalina, tal como el empedernido ronroneo del pequeño motor forzado hasta su máximo rendimiento. El evento era más que nada una exhibición del nuevo modelo de vehículo de exploración Escabarajo que revelaba un conjunto moderno de iluminación externa de alta gama para planetas súper-oscuros auspiciado por los empresarios de exploración basados en Sowiio. Las marquesinas y hologramas coloreaban el gigantesco muro exterior de la ciudadela, pintando la noche eterna con los colores de las tantas compañías intergalácticas, y eran sellados con la honra del matiz imperial. Con una sonrisa enorme, continué la particular carrera, sin ningún afán de ganar, pero sin la más mínima intención de perder. Los anuncios de la ciudadela de Geesi Keep pasaron como ávido polvo de estrella en una noche donde pude sentirme viva.



Cuadrante: 60 : -75 : 30
Sistema: Synteini, estación Lagerkvist Gateway
Hora: 17:28:06 del 15 Ene 3304.
Cambio.


Si hay una cosa que no puedo aguantar, es la soberbia. Puedo pasar por alto un error. Puedo incluso ignorar un gesto brusco dada la situación. Pero la soberbia y el despotismo se castigan.
Luego de pedir permiso de atranque en la estación, se me informó que el tráfico era pesado y debería entrar con cuidado. Y bien, claro, volando una nave tan grande como lo es la Imperial Cutter que es Silver Memory, es indispensable ser un poco más cuidadosa. Esperando turno, me ajusté a tres kilómetros de la entrada, dándole paso a las cargueras T9 y T10 que regresaban repletas de materiales valiosos luego de viajes comerciales. Una vez estuvo despejado, ascendí velocidad a 50 km/h y acorté la distancia con la estación para marcar mi entrada y, de pronto, una mentecata Beluga Liner, una nave de transporte de pasajeros y mercancía de lujo, descendió agresivamente frente a mí, forzándome a realizar maniobras de emergencia, hundiendo mi proa y estampando todo el grosor de la nave contra la reja protectora de la entrada. Al roce con la Beluga, recibí una advertencia por parte de control aéreo y una pequeña multa en forma de reprimenda sin importar mis reproches. Al alzar los ojos, la maldita nave siguió campante, haciéndose la desentendida.



Bien. No pasa nada.
Escaneando nave…


Una vez aparcada Silver Memory, corrí de inmediato a buscar al muy cretino para que diese la cara; sin embargo, el comandante en cuestión se había escurrido casi de inmediato luego de bajar a sus pasajeros, quienes igualmente campantes, se sonreían entretenidos sobre la impertinencia que acababan de atestiguar, como si fuese la cosa más graciosa a lo largo y ancho de la galaxia. Como si nada pudiese afectarles. Con ese talante en sus ojos que decía, ‘¿Y qué vas a hacer sobre ello? Somos superiores.’ Tras una breve búsqueda en los archivos imperiales accesibles a través de mi dispositivo personal, entendí que el comandante de la Beluga ocupaba alguna posición gubernamental local y era foco de varios reportes de posible corrupción y malversación de fondos públicos. Parecía creer que era intocable, y operaba su limosina espacial para su círculo de ricachones igualmente intocables.
Tss…
—¡Guardia! —exclamé, muy consciente de la afiliación política de la base.
—¡Sí, duquesa! ¿En qué le puedo servir? —respondió un centinela cercano reconociéndome instantáneamente. Realizó un saludo militar, postrado en atención.
—Los pasajeros recién bajados de esa nave son sospechosos ser prófugos al servicio de esclavitud imperial. Han falsificado credenciales en lugar de honorables ciudadanos imperiales, y han sido pasados como contrabando al interior de la estación. No los deje escapar. —apunté firmemente con el dedo.
—¡Sí, duquesa! —exclamó sin saludar y dándose a la persecución, a la vez que vociferaba en su radio para pedir refuerzos.
Plácida, me senté a observar la horda de unidades armadas que apresaron a los arrogantes pasajeros bruscamente.
—¡Duquesa! ¡Hemos apresado a los sospechosos! Vamos a escoltarlos para procesarlos adecuadamente.
Por un momento, me detuve, preguntándome si tenía la autoridad como para condenar a unos infelices que simplemente se mofaron de un incidente, a años de esclavitud. Y luego recordé que no estaba en términos de poder, sino de querer.
—Adelante. Y, por cierto. El contrabandista, el comandante dueño de esa nave…
—¿Desea que lo detengamos, duquesa?
Una horripilante idea se formó en mi cabeza y no pude contener una sádica sonrisa para mí misma.
—No. Decomisen todos sus anclajes de armas y ordénenle que deje la estación de inmediato. Yo le seguiré al espacio profundo y me encargaré de él. No queremos ensuciar el digno nombre de Lagerkvist Gateway, ¿no es así?
—¡Como ordene! —saludó de nuevo el oficial y se retiró presto.
Sonreí de nuevo para mí misma y activé el transmisor. —Mayor, compre e incluya de inmediato un escáner de estela y un interdictor a bordo de la nave. Apúrese, no hay tiempo para explicaciones. —Frost cortó la comunicación sin respuesta, y asumí que se había puesto manos a la obra. Una vez fuera de la estación, aparcamos bajo la reja del portón de la estación, esperando la salida del navío.
—Frost. Mantenga ruta tras esta Beluga hasta que pase por un sistema anárquico o entre en supercrucero en otro sistema. —Apunté al punto específico del que hablaba en el radar—. Esa nave no va a volver a aterrizar jamás en otra estación.
—Nada personal, ¿verdad comandante?
—Oh, no, Frost. Se equivoca. Esto es muy, muy personal. —murmuré contenta al ver la afanada nave en cuestión zarpando fuera de la estación, mientras que me observaba silenciosa. Ela, la muñeca de trapo, me observaba contenta, reposando a gusto en el tablero de la nave.



Fin de la transmisión.
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