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Bitácora de la comandante 07

09 May 2018Snowsturm
Sector: Inner Orion Spur
Cuadrante: -20 : -64 : 30
Sistema: Upsilon Aquarii, estación Allen Hub
Hora: 12:23:56 del 09 May 3304.
Cambio.




—¿Dinero? —fruncí el ceño al escuchar a Frost—. ¿Cuánto nos quedaría faltando, precisamente? —Estábamos discutiendo el financiar un proyecto que yo había estado maquinando hacía ya algunos meses y que tomaría algo de capital y recursos.
—Alrededor de unos 350 millones de créditos. —Frost arqueó los labios, haciendo una mueca de desagrado al ver la cifra en el campo de resultado de la aplicación de calculadora en su dispositivo holográfico portátil.
Para mejor entender la cifra con respecto a aquellos que no son financieramente educados, basta mirar los índices de la bolsa galáctica justo ahora, y tomar de ejemplo dos productos que no han cambiado muy drásticamente de valor en los últimos 15 o 16 siglos: el tabaco y el café. El tabaco cerró a 5.359 créditos y el café a 1.505 por tonelada métrica, así que haciendo la matemática, el valor de un crédito sería muy similar al valor de un dólar en la antigua Tierra. En comparación, una propiedad modesta con dos cuartos y un baño, en una estación amplia del tipo Coriolis, llegaría a oscilar entre los 250.000 a 350.000 créditos, mínimo. Requeríamos 350’000.000 créditos para nuestro cometido actual, una suma que podría llegar a ser espeluznante para alguien en un trabajo de 9 a 5, con un respetable sueldo ordinario que probablemente se acercaría a la media laboral de 65.000 créditos al año. A veces más, a veces menos. Eso mismo explica por qué muchísimos pilotos aplican para la posición de copiloto, aprovechando la ventaja de volar en compañía de un comandante veterano en una nave costosa y bien protegida. El comprar una nave es un plan increíblemente costoso. Un ejemplo perfecto es la popular Cobra Marca III, manufacturada por Faulcon DeLacy, una nave pequeña, rápida y letal, con un económico precio de 349.720 créditos, salida de fábrica, con módulos tipo E, que son poco más que una burla. El mero hecho de invertir en las mejoras de módulos que la lleven a un desempeño decente antes de cualquier ajuste avanzado tomaría al menos una inversión de unos 12’000.000 adicionales. El común de la gente jamás consideraría invertir esa cantidad estratosférica de dinero en una nave que, al final, no duraría demasiado en combate contra algo más grande. Es un estilo de vida con grandes recompensas, que muy regularmente puede llegar a costar la vida.
—¿Qué tal transportes? —sugirió Frost.
—Hay poca demanda local de mercancía, mayor. La economía anda algo estática gracias a las guerras de tarifas actuales en el sector. No lograríamos hacer gran ganancia de las ventas.
—No mercancía, comandante. Pasajeros. —replicó, con un bostezo a medias—. Todavía tenemos guardadas las bodegas de carga que utilizamos en los rescates de las estaciones que atacaron los Thargoides. —Los ojos los tenía vidriosos de tanto aguantar bostezos.
—No es mala idea, Frost, pero si vamos a recoger pasajeros, los únicos que pagan bien son los de clase alta. Con esas bodegas que empacan gente como salchichas no vamos a atraer al público correcto. Si tomamos esa idea, necesitaríamos bodegas ‘vi-ai-pi,’ —hice una gesto burlón donde me arrojaba una bufanda imaginaria sobre el hombro— una alberca, un sauna, una sala de entretenimiento, un casino, un mirador, una pista de mini-golf, un salón de baile y presentaciones, un holo-cinema, y un auto-restaurante a bordo. Como mínimo. —No pude llegar a creer que lo estuviese considerando de verdad, pero era imposible negar que transportar turistas adinerados era un negocio fructífero.
—¿Algo que pudiese entretener a la misma senadora Zemina Torval, entonces? —Frost alzó una ceja, distraído ahora leyendo revistas de turismo locales en línea.
—Que pueda entretener a la mismísima senadora Torval, efectivamente. —musité con una sonrisa a medias, ojeando las listas de precios para instalar dichos módulos a bordo.
—Pero… —inclinó su brazo y reposó su muñeca sobre su torso, la cual proyectaba la pantalla holográfica que había estado ojeando desde su dispositivo portátil, para poder observarme— ¿Aquí? ¿A bordo de Silver Memory? Tendríamos que mover todo…
Frost tenía razón. Aunque las naves modernas funcionaban por módulos, era bastante tedioso e incómodo reemplazar una gran cantidad de ellos. Los módulos eran piezas enormes que se enchufaban juntas en una serie de monturas de tamaños que variaban de 1 a 8 y se podían substituir a gusto desde que fuesen del mismo o de un menor tamaño que el espacio del sustentáculo. Silver Memory era lo suficientemente grande como para suplir todas las aberturas necesarias de módulos para el proyecto, pero tampoco me dejaba del todo contenta el tener que invitar a cientos de extraños a nuestra nave, nuestro hogar. La razón de todo este proyecto, la razón de recaudar todos estos fondos era exclusivamente para la construcción de otra nave pero… La idea seguía siendo la misma, pero con más pasos de por medio, claramente. El propósito de todo ese el capital era para construir una nave final, especializada en… viajar. Viajar mucho, y muy, muy lejos. Muy lejos. Capaz de cruzar la galaxia entera, un mérito al que pocos aspiraban. En la historia de la humanidad, ha habido dos períodos de grandes descubrimientos: el primero, en donde la humanidad surcó los mares para descubrir su propio mundo y, el segundo, en donde la humanidad está surcando las estrellas para descubrir su propia galaxia. Y yo, estando viva en uno de esos períodos históricos, no iba a dejar pasar la oportunidad de grabar mi nombre para siempre en el paso de las páginas del tiempo.
—¿Y qué tal una nave para ello?
—¿Otra? —respondió con los ojos como platos.
—Tampoco me gusta mucho la idea de convertir a Silver Memory en una madriguera de vacaciones para ricachones —Frost asintió a mi comentario— entonces preferiría una nave aparte para ese propósito exclusivamente.
—Déjeme entender, entonces, comandante. Específicamente, sugiere que construyamos una nave de lujo, multimillonaria, para reunir el capital para ensamblar otra nave multimillonaria. —Luego de que asentí, cruzándome de brazos, Frost se echó a reír—. Obsceno. Todo esto es increíblemente obsceno. Me encanta. Vamos a hacerlo.
De esta forma solicité un préstamo para una iniciativa, de una sucursal bancaria del Imperio, usando mis credenciales reales. Así producimos la más esplendorosa Beluga Liner, fabricada por la compañía Saud Kruger, de pasajeros de lujo. Su nombre una obvia mofa en referencia de lucirse lo suficiente como para llevar a bordo a la misma Zemina Torval. Así dispusimos de Senator’s Nautilus.



De boca de un comandante conocido nos llegó inteligencia de que, por alguna razón, Upsilon Aquarii era un paradero turístico de miles de visitantes adinerados, dispuestos a pagar sumas inconcebibles por irse de crucero desde allí, así que decidimos aprovechar la oportunidad para probar nuestra nueva inversión. Los sistemas aledaños a Upsilon Aquarii parecían tener muchísimas paradas turísticas y eso lo llevó a convertirse rápidamente en un centro vacacional. Con paciencia y mucha atención entramos triunfales en la estación a bordo de Sentator’s Nautilus, en su vuelo inaugural. La torre de control solicitó que todo el tráfico pausase durante el acceso de mi Beluga al puerto estelar. Semejante nave titánica apenas lograba entrar por la ranura de buzón de la estación. De las astronaves que no entraban en la categoría de capitales o mega-naves, la Saud Kuger Beluga Liner era por excelencia la nave más grande fabricada en la actualidad.
Una vez aterrizados, nos dispusimos hacia la agencia turística local, pasando el umbral del hangar y tomando el elevador. Al abrirse la puerta, nos encontramos con una galería larga, con un piso de latón grueso y templado, desgastado y pulido por los miles de zapatos y carretillas que por él transitaban. En este mega-centro comercial, docenas de personas se movían de aquí para allá, cotilleando en tiendas locales, acarreando enormes cajas de acero, y charlando con algún conocido. Como era costumbre en tantas estaciones, al lado del ascensor se hallaba un mapa interactivo del centro, el cual enseñaba que el bazar había sido diseñado linealmente, en forma de múltiples galerías que corrían paralelas en diferentes pisos, orientadas todas en la misma dirección, a lo largo de la bodega de naves. Un mismo piso se dividía en cuadrillas, conectando un corredor con el vecino, y toda la estructura se enrollaba sobre el cilindro que era la misma barriga de la estación, con su centro hueco para el tránsito de aeronaves, y su superficie interna destinada para el almacenamiento de las mismas.



La agencia turística Allens Reisen se encuentra en el piso 6F, línea 35, local 6-35-R21. Si desea direcciones, por favor seleccione la opción ‘Guide me’ en la pantalla.
‘Biiiip.’
Una hilera de luces amarillas titilantes se encendió, bordeando el zócalo diagonal contra el suelo, y nos apuntó de nuevo en dirección al elevador. Un botón holográfico se iluminó, sobrepuesto a los botones en el elevador, indicando el piso ‘6F’. Las luces nos guiaron a través de toda clase de tiendas y puestos con cada tipo de artilugio para la venta. Frost iba husmeando despacio, de aquí para allá, al pasar por una tienda de mecánica o de chatarra de naves. Supuse que mantenía un ojo abierto para las partes que le faltaban en su proyecto personal de reparar la Eagle imperial que me había mencionado anteriormente.
Era medio día en horario de meridiano solar, que servía para regir la galaxia y ayudarnos a todos a coordinar ciclos de actividad y descanso, y el mercado estaba repleto. El ambiente manifestaba una abundancia de voces que regateaban y bromeaban, quejidos de carritos que chirreaban por no ser lubricados hace años, algún martillo que pulía una placa de metal en un taller, el bisbiseo de los dispositivos holográficos que rotaban entre anuncios publicitarios, y el cuchicheo distante de música popular que se reproducía a un volumen casi indistinguible por los parlantes del centro comercial. Mesones externos exponían todo tipo de bienes, tal como piezas de nave que pude reconocer con facilidad como enormes motores de distorsión, cañones, aceleradores de plasma, la mayoría de ellos de segunda mano; otras tiendas, tenían dispositivos para el hogar, como purificadores de aire, humidificadores, máquinas de café, hidratadores de alimentos, kits autómata de reparación de tejidos y primeros auxilios, entre otros. Tiendas de comida, por doquier, los vapores acentuados de las ollas abiertas y el sonido chisporroteante de alguna delicadeza frita llenaban el aire. Tiendas de cachivaches, joyerías, oficinas de seguros, dentisterías, pequeñas librerías… un mercado bastante bien surtido.
Al fin llegamos a la oficina de turismo local. Las lucecillas que nos habían guiado tintinearon una última vez antes de desfallecer, apuntando a una puerta doble automática que leía “Allens Reisen” en amigables letras amarillas y azules superpuesto encima de un isotipo de una nave de crucero sobre una estrella amarilla. Las puertas se abrieron de par en par y nos acarrearon a una antesala de tapete color castaño suave, recién lavado, unas sillas de un color similar con un patrón de cuadrillas cosido con un hilo negro y fino, y un holo-visión sintonizado en el canal de GalNet, repasando los encabezados más destacados de la semana. Más allá había diferentes cubículos erigidos con paneles de madera y vidrio opaco, ocupados por agentes y clientes que negociaban sus próximas vacaciones. En el centro de la antesala, una pequeña consola esférica se alojaba en un podio de madera y al acercarnos al mismo una pequeña Saud Kruger Orca holográfica emergió de la nada y comenzó a sobrevolar la habitación a la par que una voz de mujer leía emocionada una línea promocional sobre unas emocionantes vacaciones a Sol y a Alfa Centauri con estadía en hoteles de veraneo de lujo. Dispersando la publicidad, solicité ser vista por un representante a través de la consola luego de llenar un formulario breve. Frost y yo tomamos asiento. Desde mi dispositivo personal, cambié el canal del holo-visión hasta encontrar la más reciente transmisión del ÉliteCast. Fruncí el ceño. Aunque estaban repitiendo la emisión de la semana pasada nos acomodamos en las sillas, viéndola en silencio para matar el tiempo mientras nos atendían.
—Fräulein, sind Sie bereit? —preguntó educadamente un hombre de poco cabello, una nariz larga, de tabique fino y base bulbosa, un bigote afeitado deprisa, y gafas grandes y cuadradas de bordes delgados.
—Ja, Sir, danke. —Estrechamos manos y me guio a su cubículo. Frost me tocó el hombro con el índice y con un gesto, indicó que iría a dar una vuelta mientras yo acababa aquí.
—Was bringt dich heute hierher? —me preguntó con una brío poco natural y una sonrisa de trabajador minorista de salario mínimo, sobre el propósito de mi visita a la agencia.
Le expliqué con lujo de detalles quién era, enseñándole mis credenciales, y le hablé sobre Senator’s Nautilus. Naturalmente, su compostura cambió de forma abrupta a medida le presenté el tema; su sonrisa se esfumó y sus hombros se hundieron. Ya no era él el vendedor, ahora era el cliente. Me preguntó sobre qué hacía a mi Beluga particular sobre las demás y le mencioné la infinidad de atracciones que habíamos instalado a bordo. Alzó una ceja, interesado. No eran muchas las naves que podían lucir tantas atracciones a bordo.
—Warum habe ich noch nie von dir gehört? —me ojeó incrédulo, sus gafas reposando en el grueso de su nariz, hacia el final del tabique. No podía creerse que hubiese semejante nave, de una comandante nueva en el negocio, atracada ahora mismo en la estación.
Me alcé de hombros. Me miró de reojo una vez más antes de excusarse por un momento. En su ausencia, giré mi muñeca y abrí mi dispositivo para jugarme una partida rápida de Tetris.
—Fräulein Herzogin? —llamó el hombre desde la entrada del cubículo acompañado de una mujer que inspiraba mucha más autoridad: una dama alta, madura, con gafas delgadas de medio borde, cabello negro y de una exótica piel morena oscura.
Me levanté para darle la mano pero ella me indicó que permaneciese sentada, ofreciéndome su mano al tomar asiento tras el escritorio del varón.
—¿Por qué operar crucero turístico, duquesa? —me preguntó en español con un acento marcado que no pude distinguir, con ricos sonidos fricativos y vocales sosegadas.
Me alcé de hombros de nuevo—. Dinero.
Ella me observó por un momento en silencio. Sonrió y me estrechó la mano—. ¿El Nautilus de la senadora? ¿Como la senadora Torval? —me preguntó. Tras una charla amena, le invité a inspeccionar la Beluga.
Ese mismo día cerramos un trato multimillonario que nos propulsó en cuestión de meses a una situación financiera casi ostentosa. Operamos como crucero por una cantidad de tiempo de forma intermitente, lo cual nos permitía atender a otras obligaciones. A lo largo de nuestras operaciones, decidimos dividir la parte frontal de la nave con un espacio habitable para el mayor y para mí, donde teníamos todo lo necesario para subsistir cómodamente durante cada excursión. El servicio de crucero que había sido puesto a nuestra disposición, para labores de limpieza, seguridad, mantenimiento, entretenimiento y servicios de comida, nos traía amablemente alimentos durante el día a nuestra sección y se encargaban del aseo de nuestras recámaras. Lo único que teníamos que hacer Frost y yo era pilotar el gigantezco coloso a través del espacio durante las semanas que estábamos fuera de puerto, así que lo tomábamos tranquilamente por turnos, haciendo uso del asistende del supercrucero cada que llegábamos a un punto de interés, con lo cual podíamos olvidarnos de los controles por al menos medio o un día entero.



Vivíamos una vida de lujos. De vez en cuando uno de los dos se escabullía al interior de la nave y nos hacíamos pasar por turistas para disfrutar las atracciones con tranquilidad que habíamos instalado, y tomar parte en el ambiente del crucero. Y a veces nos paseábamos de uniforme imperial completo a lo largo de la nave, como celebridades, y nos contábamos anécdotas del día en la privacidad de la cabina, compartiendo una cerveza entre risas. Al final de cada excursión, el mayor Frost se llevaba a casa un jugoso 8% libre de impuestos, de costos de operación, y de contratación, con lo cual pudo comprarle una casa nueva a su madre y guardar para su jubilación. Qué ambicioso.
Nuestras operaciones eran relativamente sencillas. Previos a partir, el personal de limpieza se encargaba de la nave, refrescándola a su elegante condición, y el equipo de mantenimiento se encargaba de cualquier requerimiento que les fuese normalmente incómodo de conducir con pasajeros a bordo, tal como reparación de atracciones, limpieza de filtros de la piscina, retocar el exterior de la nave y otras tareas similares. Mientras eso sucedía, Frost y yo recibíamos el personal nuevo a bordo y desabordábamos aquellos que hubiesen llegado al fin de su contrato, presentándolos a las autoridades inmigratorias. Una vez todos a bordo, y la nave limpia, nos retirábamos a cabina para esperar el abordaje de todos los pasajeros, lo cual era un proceso lento; tenían que pasar por un puesto de seguridad, presentar sus documentos a las autoridades en cargo de emigración, y presentarse al representante de la agencia. Una vez autorizados a subir, había una buena cantidad de puestos antes de la pasarela para comprar cachivaches libres de impuesto, tomarse fotos con la elegante astronave, y un puesto de bar justo antes del puente que servía café y bebidas alcohólicas para que la gente se llevase consigo a bordo.



Con pasarelas recogidas, se conducía un ejercicio guiado por la tripulación sobre las providencias en caso de emergencia y las mejores rutas de evacuación para llegar a las cápsulas de escape. Entre el mayor y yo, aprovechábamos para pasearnos entre los pasajeros, de ropas casuales encubiertos como turistas regulares, para examinar a los nuevos pasajeros y adquirir una sensación de cómo sería el viaje. Era un truco efectivo que ideamos, ya que para el momento que el ejercicio de seguridad comenzaba a bordo, la mayoría de los buscarruidos y problemáticos ya estaban ebrios. De ahí, era levar trenes y zarpar. El viaje de vuelta era más o menos lo mismo, desembarcar a todos a través del sitio de inspección en la estación, presentar el registro y el manifiesto a las autoridades, pagar las tarifas por nave atracada, y prepararnos para la siguiente ronda. Bastante sencillo, para ser sincera.
En general, una operación lucrativa con muy buenos beneficios que logró llegar y rebasar la marca que tenía en mente para el capital necesario para mi nuevo proyecto. El lado negativo eran... bueno, los pasajeros. Era la parte verdaderamente desgastante del trabajo. Debido a su estatus social, o a su estatus económico, esta gente se creía muy superior y era común tener todo tipo de altercados que nos forzaban a involucrar a las autoridades de aduanas e inmigración en el puerto de llegada. Era bastante común recibirlos a bordo según atracábamos para conducir un arresto o una inspección. Hubo un pasajero en particular del que no me logro olvidar. Indiscutiblemente hay personas que merecen un castigo más personal. Ahora que lo pienso, creo que tengo una publicación que repara algo similar que realicé anteriormente. ¿Tal vez esta es mi manera de procesar este tipo de cosas? Mmm. Bueno. El tema… un político en particular. Un jefe de estado para ser exacta. Por lo que encontré en publicaciones antiguas de la prensa luego del incidente a bordo del Senator’s Nautilus, era un gobernador de una facción autoritaria. Pero este tipejo era de lo peor. Más allá de intentar asaltar física y sexualmente a otros pasajeros a bordo, hacía demandas disparatadas a diario a través del canal privado hacia el comandante en jefe del crucero, o sea, a mí. Que quería que le comprase drogas para divertirse, que parase en este lugar para recoger mercancía, que alterase rumbo para lo otro. Naturalmente, me negué.
Cada que una de sus solicitudes saltaba, yo presionaba esa “X” para quitarla de mi pantalla. Eventualmente, me llegó un mensaje de su parte reclamando que este podría haber sido el peor de todos los peores cruceros de los que hubiese estado y que demandaba que le dejase de inmediato en la estación más cercana. Se rehusaría a pagar. Naturalmente, me negué. ¿Su respuesta? Burló la seguridad contratada a bordo y hurtó una cápsula de escape. Se me alertó por el canal privado de inmediato cuando había eyectado su cápsula. Frost torció el labio, mirándome de brazos cruzados con un gesto agridulce. Sabía que esta nave no llevaba armas.
—No, mayor. Aquí no jugamos a esos juegos. —susurré áspera y corta de genio en un breve arrebato. Tomé los mandos de la Beluga, sacándola del asistente automático de navegación. Paulatinamente hundiendo la proa, arremetí contra la diminuta cápsula a velocidad actual con la bestial masa de la nave, de más de 1.500 toneladas, demoliéndola instantáneamente sin que el más mínimo disturbio se sintiese a bordo.
Target destroyed. —anunció Celeste con su voz alegre, como siempre.
Al soltar los mandos y reprogramar el asistente, suspiré—. Tómelo como un favor, mayor, uno que le hicimos al resto de la galaxia. Un enfermo menos allá afuera. Frost se alzó de su silla sin decir palabra y regresó con un par de cervezas para los dos.



Fin de la transmisión.
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