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Bitácora de la comandante 11

03 May 2020Snowsturm
Sector: Inner Orion Spur
Cuadrante: 0 : 19 : -90
Sistema: BD+34 1378
Localización: Vance Terminal
Hora: 18:02:14 del 01 Apr 3306.
Cambio.




—Knoc, knoc. —apareció en mi tablero de comunicaciones. Ligeramente tarde, pero había llegado. El comandante Niberobey y yo habíamos quedado de reunirnos en Vance Terminal para discutir alguna proposición que él tenía para mí. Los detalles no habían sido muy precisos, pero había instigado mi curiosidad.
Zorgon Peterson, Sierra-November-Oscar, we are glad to have you back at our station, Commander —saludó amablemente la torre de control, reconociendo el identificador de mi nave de inmediato—, access granted, cleared for landing on docking bay four-five.
—Buenos días, caballero —le respondí a Niberobey a medida iba maniobrando para realizar penetración a la zona interna del puerto estelar por la ranura de buzón de entrada—, si es que a algo ya le podemos llamar días. —ahogué una risita—. O tardes.
—Ciclo de sueño lo llamaría yo. —Me respondió impávido.
—Sí, la verdad que suena más adecuado. No recuerdo la última vez que tomé un transbordador a un planeta con atmósfera. Habrán sido más de 10 años ya.
—La atmósfera está sobrevalorada.
Algún otro comandante se quejaba con las patrullas de seguridad en la frecuencia de radio local al ser requisado.
—Bueno, ya a mis huesos les haría bien el poner en marcha un plan de retirarme en el futuro en algún lugar con más gravedad que este anillo. Pero al menos aquí puedo disfrutar de algo de sol desde mi casa.
Approach speed is good, maintain current vector Commander. —advirtió la torre.
—Y yo que esperaba entrar en territorio imperial, rodeado de un séquito de afeminados y eunucos, y me veo en territorio de la Alianza.
—Bueno, no se puede tener todo lo que se desea. Además, vivir en territorios ajenos presta la oportunidad a vivir con menos preocupaciones. Se puede vivir con algo más de libertad y tranquilidad, por así decirlo.
—Espera, espera, espera… ¿libertad? ¿Un Escudo de Torval quiere vivir con libertad y tranquilidad, lejos de preocupaciones?
—Bueno, no puedo quejarme. Es como invertir en propiedades extranjeras. Si se juegan bien las cartas, se tiene un ‘pedazo de torta’ más grande al final. Duquesa del Imperio, embajadora de una facción menor democrática, mercenaria no afiliada volando bajo el estandarte de un corporativo sólo por el interés en sus armas, residiendo en territorio de la Alianza. —Una risa se escuchó a través de la comunicación—. Un buen pedazo de torta.
—Embajadora… eso suena a diplomacia. ¿La diplomacia no es eso que se hace sin disparar? Bueno, vamos al grano, necesito dos cosas: whisky y gresca, primero bebercio, luego negocios. —Una breve estática distorsionó sus últimas palabras ligeramente, pero no tanto así para que me fuese imposible distinguirlas.
—Aaaa… veces —se ríe de nuevo—. Y a veces involucra el disparar sin que le vean. Y bien, lo del whisky me suena fantástico. —respondí a medida que iba acomodando mi astronave de guerra, una elegante Mamba azul, diseñada por la compañía Zorgon Peterson, en la plataforma de aterrizaje—. Lo veo en la antesala de abordaje luego de que estacione su nave, —exclamé moderadamente.



—Vale, 5 minutos estoy allí —respondió algo afanado—, llamada del alto mando general. Igual llego tarde, tengo una reputación de alimaña que mantener. —Por la transmisión, se escuchó claramente cómo tomaba un par de tragos de su petaca antes de cortar comunicación.
Touchdown, power down engines. Welcome back, Commander, report to station services for more information. —Llamó la torre por última vez al haber hecho contacto con la plataforma. Me negué con la cabeza, entretenida por semejante personaje, a medida iba introduciendo las órdenes en mi consola para que la nave fuese bajo cubierta y despachando los servicios de mantenimiento necesarios. Me levanté de mi asiento de un breve salto, disponiéndome hacia la puerta. Desde el umbral de la cabina, observé cómo la enorme plataforma de hierro conducía mi nave bajo la superficie hasta el hangar de almacén y cerraba la compuerta superior. Una vez estuvo asegurada y apagada la nave, descendí por la escalerilla frontal y marché rumbo al elevador.



—Adelante, tómese su tiempo. En eso yo aprovecharé para verificar mi reservación. —murmuré a través del comunicador a la vez que giraba mi muñeca para mostrar la interfaz holográfica completa y revisar mi agenda y el sitio virtual de la taberna que había elegido anteriormente. No era un lugar lo suficientemente concurrido como para necesitar reservación, pero había una mesa en particular que me encantaba, por lo cual siempre la solicitaba con anterioridad por un mensaje privado al gerente del local.
Al entrar al elevador me llevé una grata sorpresa. La comandante Avalon Prime, una mujer alta, con un rostro redondeado, nariz bien perfilada, tez trigueña, ojos azulados, y cabellos ondulados, grisáceos, y con rayos de diferentes opacidades, estaba al fondo del ascensor de carga. Me acerqué a ella y estreché su mano. Era la única persona que conocía personalmente nacida en el planeta Tierra, algo que era poco común para el general de la gente, considerando el volumen de seres humanos que existían hoy en día, los terrícolas representaban un porcentaje de población mínimo. También era raro cruzarse con un terrícola debido a las restricciones de viaje que la Federación había impuesto en Sol. A medida que se iba moviendo el gigantesco elevador de carga de piso a piso, nos actualizamos con las buenas nuevas. Era siempre refrescante hablar con ella, porque fuera de su agradable personalidad, compartía mis sentimientos hacia la Federación debido a su difícil pasado con ellos. Avalon era un as tras la palanca, una comandante que volaba con una ferocidad incalmable, y con una fuente de conocimiento que había compartido conmigo en varias ocasiones, en tardes lentas y sobre una bebida bien helada.



Al abrirse las puertas del elevador, salimos a un corredor que servía como preludio al hangar. Miré alrededor, evitando chocarme con alguno de los mecánicos que pasaban absortos en sus conversaciones. Fue fácil distinguir a Niberobey. Con una tez ligeramente teñida por el sol, tras unos elegantes lentes de aviador, el comandante nos había estado observando desde que salimos del elevador. Su cabello corto y su bigote de herradura eran de un peculiar verde algo más conservador, y hacían juego con su traje. Todo el conjunto le hacía difícil pasar desapercibido y le daba un toque picaresco que hacía que fuese necesario preguntarse si se podía confiar del todo en él. Al verle, le extendí la mano.
—Comandante Snowsturm. Un gusto. —noté que su estrechón de manos era firme y agradable. Él sonrió tras sus lentes, y tomé nota en silencio que portaba una cicatriz muy similar a la mía sobre su ojo.
Él se quitó sus gafas con cuidado para no irlas a dañar, dándome otro vistazo a su cicatriz, y se las acomodó en el cuello—. Niberobey, alimaña profesional. —Con una mano me estrechaba la mía, y con la otra hacía una clase de reverencia en una chistosa combinación de modales. Hablaba como alimaña, pero parecía tener algo de cortesía averiada. O buen sentido del humor.
Me reí entretenida—. Todo un título, de verdad. ¿Sale en su tarjeta profesional? —bromeé con él.
—Esperaba verla en su flamante Cútter imperial. Y no, lo de alimaña no sale en la tarjeta. Es parte de mi encanto personal. —replicó.
—Bueno, mi Cútter está aquí aparcada. Casi siempre la vuelo, pero hoy no es el día. La facción para la cual sirvo de embajadora ha tenido unas riñas con otra facción local, la cual parece ha estado haciendo trabajo encubierto de sabotaje en estaciones pequeñas en otro sistema. Y, ni a la fuerza va a caber ese mastodonte allí. —Me alcé de hombros, siendo vaga en los detalles a propósito.
Súbitamente, un sonido de fuego de láser proveniente del hangar llenó el aire y Niberobey reaccionó como trueno, tanteando su muslo, en el lugar donde normalmente portaría un bláster, con esa práctica ausente de llevarlo siempre encima durante años. Vance Terminal era un poco estricta sobre las armas, siendo una estación turística se consideraban ilegales, y se restringía portarlas a menos de que se tuviese un permiso especial, como yo. Jej.
—Jodidos novatos y piratas suicidas. —comentó irritado.
Es curioso cuánto se puede añorar la falsa sensación de seguridad que da un arma. Me era común oír fuego al interior de la bahía de atraque, ya que la respuesta automática de la estación por violaciones mayores de tráfico aéreo era una respuesta letal. Al fin y al cabo, sería sólo una pérdida para el comandante destruido, quien tendría que pagar por la recompra de su nave y la limpieza de escombros luego de que su cápsula de escape fuese recuperada.
—Vamos, sígame. —le dije sin cuidado.
Ahora, creo que me debe un whisky. —murmuró antes de mirar sobre mi hombro y darse cuenta que Avalon estaba tras de mí—. Si tu amiga quiere unírsenos, no tengo inconveniente.
Me di vuelta para mirar a Avalon de nuevo, quien se negó con un gesto amable antes de retirarse. Explicó brevemente que tenía unos retoques pendientes para su Krait. Luego de una despedida, me volví hacia Niberobey—. Vamos por ese whisky, invito yo, y así podemos discutir bien su propuesta.
A medida que íbamos caminando, comenzó a explicarse, yendo directo al grano—. Estoy reuniendo un grupo. Más que un grupo, recogiendo temerarios para hacer frente a la amenaza Thargoide. No es que me entusiasme la humanidad, pero somos la única raza que destila whisky, y hace cerveza, y las dos veces que lo he intentado solo, no he salido bien parado. —no sabía si hablaba sobre lo de matar alienígenas o lo de hacer licor, lo cual me hizo un poco de gracia.
Yo le sonreí con interés, observándole a los ojos. Advertí que contaba con un implante en uno de sus ojos, detalle muy similar a mi situación. A través del pasillo metálico, pasamos por una sala donde mecánicos y turistas se mezclaban. Vance Terminal, una estación de negocios y arte, traía siempre una cantidad interesante de gente y de mercancía. Así continuamos caminando por pasillos con vidrieras que daban a jardines, de flores y árboles frondosos con maravillosas esencias que se filtraban por las rendijas de ventilación. Pasamos por residencias con balcones repletos de rosas y petunias, y por callecitas coloquiales y muy coloridas, con artistas y bandas a doquier que tocaban melodías suaves y serenatas de antaño. Al fin, llegamos a una estación de taxi automática y al acercarme a la consola, ordené un vehículo.



—¿Cómo estuvo su viaje?
—El viaje, entretenido. —maldijo entre dientes—. Viajar con esa tartana es un poco latoso, pero entretenido. —Se quedó un momento pensativo antes de dirigirme de nuevo la palabra—. Oye, ¿eso de tener disparos aquí dentro es habitual? De donde yo vengo procuramos que la estación sea un remanso de paz. Ya es bastante tensa la vida de freelancer como para tener ese tipo de problemas por aquí dentro.
El taxi de piloto automático aparcó contra la estación de cristal en la bahía de peatones. Le abrí la puerta y, tomando asiento a su lado en la silla de atrás, introduje la ruta en el monitor del coche. El vehículo comenzó a moverse y las vibraciones del auto llenaron el interior a medida que iba acelerando.
—Y bueno, esta estación tiene un poco de todo. Hasta fuego para el que no sepa mantenerse a raya. Qué puedo decir. Son tiempos extraños, entre paz y guerra. —murmuré frustrada, alzándome de brazos, pensando en otra cosa. Habían sido unas semanas particularmente difíciles como diplomática y si algo había escuchado recientemente, eran tiros.



El auto descendió de la pista cilíndrica y entró a un túnel al borde del interior cilíndrico del hangar. En la oscuridad del auto, las luces que pasaban apuradas llenaban el interior del vehículo por breves instantes con un amarillo ocre, dándole un aire novelesco a la escena. Al fin, el taxi se acercó a la boca final del túnel que se abrió prontamente para revelar un espectáculo de praderas y pastizales: estabámos ahora en el anillo anterior de la estación. Era como ser transportados a otro mundo. El cielo  oscuro saludaba al fondo, tachado por sus mil estrellas, tras los soportes de metal y vidrio, recibido de afable humor por el verdor del pasto que se alzaba hacia el frente hasta donde daba la vista. Sonreí, cómoda.
—Sabe, es la primera vez que paso tanto tiempo con alguien desconocido sin que me apuñale, golpee, dispare, o maldiga. Es agradable. —comentó sin tornarse a verme, parecía sosegado por el verdor de las praderas.
Yo asentí a su comentario, igual admirando tranquilamente el verdor que, aunque lo veía casi a diario, me resultaba siempre reconfortante.



—Y sobre los tiempos extraños, —dijo, sin darse la vuelta aún—, igual por eso tenéis cucarachas haciendo sucio. Creo que se están mudando peligrosamente cerca del hogar de mi facción. Unas Quebecucarachas creo que son. De hecho, no hace mucho, estuve por el sistema Burr haciendo batidas de ala sin éxito. Son huidizas las puñeteras.
Al escuchar sobre el comentario fuerte sobre facción en cuestión en Burr, fruncí el ceño. Sabía bastante sobre el conflicto por experiencia personal, entonces—. Esos mismos parásitos.
En los últimos dos meses había estado lidiando con un tipo de escoria sin comparación, una facción de comandantes racistas que habían intentado usar el miedo, la xenofobia, y el belicismo para unir a la gente bajo un estandarte contra nosotros, creando aliados bajo hipocresía y farsas políticas, e invadiendo nuestros sistemas. Sus ofertas de paz eran poco más que una mascarada de mentiras, donde demandaban trabajásemos para surtirles méritos en pro de ellos en números exorbitantes, como si fuésemos esclavos. Había sido una guerra sin honor contra oponentes sin honra, a través de la cual me había enfocado en desarmar esas alianzas que habían logrado, revelando la verdad sobre sus protegidos. Su líder, con cuyo nombre no ensuciaré mi bitácora, era un conocido comandante pro-Federal quien había pasado tres años de su vida encarcelado, según reveló por accidente su proclamado segundo al mando, quien parecía no tener ninguna autoridad en su facción. No tengo nada positivo que comentar sobre ellos. Al final logré, por mi propio mérito, forjar un tratado de paz con ellos a través de un mal intermediario, porque jamás fueron lo suficientemente valerosos de dar la cara, y mandaron a uno de sus aliados en su lugar a negociar por ellos. No sobra agregar que el susodicho aliado también falló en transmitir toda la información del tratado. Sin reclamar méritos, seguí trabajando en silencio, pero me consta que gracias a mí, millones de vidas en nuestros sistemas lograron salvarse de su tiranía. Con eso, me es recompensa suficiente.
Suspiré y retomé el tema—. Tengo reportes verificados que me indican que, aunque firmamos la paz con ellos a través de un pacto bilateral, han estado moviendo productos ilegales al mercado negro de nuestros sistemas en enormes cantidades, particularmente en Burr, para intentar desestabilizarlo. De allí venía hoy, y por eso la nave. Estaba de patrulla. —negué con la cabeza—. Parece que nuestro tratado de paz con ellos va a romperse de nuevo al paso que vamos. Creo que este es otro tema que podríamos tratar en bastante más detalle a favor de ambos.



El taxi dobló a la derecha y se adentró por una placentera senda sombreada por robles a ambos costados. El terreno pedregoso sacudía el auto ligeramente, tal como se sacude una nave bajando de órbita.
Ahora dándose la vuelta para mirarme, parecía intrigado—. ¿A dónde vamos? ¿De picnic al campo?
Proseguí con otro comentario—. Bueno, no vamos de picnic. Si tengo visitas, me gusta ofrecerles un trago grato. —murmuré contenta.
El taxi se detuvo frente a un establecimiento de madera. Una fonda, una taberna bastante rústica que daba toda una sensación de transportar a sus visitantes a otro siglo. Tras un barandal, contaba con un par de  mesas en un porche frontal con umbrales de madera. A su interior, era una taberna bastante clásica, de piso entablado, con barra y taburetes, y escaleras que daban a un segundo piso. Las puertas estaban abiertas de par en par y una brisa refrescante corría a través de todo el primer piso del establecimiento. Un agradable olor de carne asada a la plancha emergía del local, que también operaba como restaurante con un menú reducido, pero platos macizos. El establecimiento era toda una reliquia en la mitad del paisaje.
Invité al comandante a seguirme y le indiqué mi mesa favorita, uno de los mesones en el patiecillo de madera frente al barandal—. Tome asiento a gusto, comandante. —Me torné hacia el interior de la taberna—. ¡Mesero! —exclamé, aplaudiendo dos veces, como era costumbre en el local, para atraer su atención—. Ordene a gusto.
Niberobey parecía maravillado, lo cual me dio cierto regocijo interno—. Bonito. Y relajante. —opinó él—. Si la barrica para envejecer whisky se hace con esos robles que he visto, quiero uno. Sin hielo y doble por favor. —pidió antes de sentarse pesadamente. Alcanzando su cuello comprobó la integridad de las gafas que colgaban allí—. Como decía hace rato. También tenemos Queberachas. Contactaron con nuestro responsable de comunicaciones y líder en funciones, pidiendo pasar por uno de nuestros sistemas, alegando que estaba dentro de la burbuja de influencia de Zachary Hudson y que teníamos muchos sistemas. —Era obvio que la arrogancia de esta gente nos sentaba mal a ambos, ya que su expresión se veía bastante similar a como me sentía yo al respecto—. Mi voto fue decirles, y cito textualmente: ‘darles supositorios de plasma sobrecargado hasta que entiendan que no se tienen que acercar a menos de 50 años luz de nuestros sistemas. Por suerte, Xiz es un diplomático capaz y supo traducir eso a lenguaje no agresivo. —consideró, sonriéndose—.
El mesero llegó a nuestra mesa con dos vasos de agua y me ofreció un gesto amable con la cabeza, reconociéndome de inmediato. Le devolví el gesto de igual forma. Niberobey me miró con una sonrisa—. Dicen que puedes saber cómo es una persona por lo que bebe, veamos.
—Cerveza negra, Mikael. La de siempre. Jarra. Y un whisky doble, sin hielo, para el caballero.
Niberobey alzó las cejas, sin poder evitar sonreír. Parecía satisfecho con mi elección.
Ordené con claridad antes de responderle al comandante—. Qué sorpresa, pensé que éramos los únicos con un conflicto similar con estos imbéciles. Ha sido todo un desastre. Ya le contaré en otra oportunidad. Pero, sí le voy a solicitar que me ponga en contacto con el diplomático que me mencionó, Xiz, creo que podríamos sacar buena ventaja de todo esto. —me recosté en la silla, estirando los hombros.
—El comandante Xiz es poco serio pero eficiente, y atiende a todo el mundo. Fue él quien nos instó a venir por Burr a cazar las cucarachas que están ahora tratando de animar a otras facciones menores de la soberanía federal instaladas en nuestros sistemas solo por molestar. Y mientras —agravó su voz en forma de sátira, tomando un tono similar al del presidente de la Federación, Zachary Hudson— ‘el potente y organizado aparato federal lo permita bajo cuerda por el interés federal y humano de…’ gilipolleces propias de un dinosaurio. Y aquí estamos… —pausó por un momento al llegar el mesero con las bebidas y tras asentir agradecido alzó la suya— y aquí estamos una alimaña y una duquesa compartiendo alcohol.
Me reí de nuevo, de muy buen humor—. ¿Qué cosas, eh? De Thargoides a guerras, de guerras a bebidas. Salud, de cualquier forma. ¿Por qué deberíamos brindar? —alcé mi jarra de madera bruñida, a la par que él alzó su vaso corto lleno de licor amarillo y brillante. El sol daba plácidamente en ciclos rotatorios lentos y parsimoniosos, calentando la piel y la madera con una pereza de tarde de domingo.
—Brindemos por tener un motivo para despertar cada mañana, ya sea exterminar cucarachas, lidiar con Thargoides, o con una resaca. —Chocamos vasos, esperando un ‘chin chin’ que obviamente no se oiría—. Brindemos por una buena cogorza y una buena gresca. Y hablando de gresca, en breve debería volver a nuestros dominios a seguir ‘trabajando.’ —comentó con un jocoso sarcasmo.
—Me suena bien. Y bueno, si se nos hace el tiempo corto, vamos a hablar de la propuesta original que lo trae aquí. Cuénteme más sobre los Thargoides. ¿Qué idea tiene al respecto, qué le gustaría hacer?
—La mayoría de mis camaradas son camioneros. Transportistas con habilidad para tirar del gatillo pero poco más. Los Thargoides obligan a tener algo más que implicación. No me entienda mal, son habilidosos pero preparar una nave para combatir Thargoides requiere mucho esfuerzo y poca recompensa. Es un trabajo sucio, ingrato y peligroso, justo el tipo de trabajo que yo rehuiría en condiciones normales. —Íbamos tomando despacio, y él se elaboraba con una fluidez agradable y una casualidad refrescante—. Al principio, fue el fetiche de derribar algo diferente —su mirada absorta en el vaso parecía turbada por algo, como si recordase algo terrible en su pasado— pero esto se torna serio. Y sé que no puedo solo. Hay algún que otro comandante que sé que de buena gana se alistaría sin pensarlo, pero no somos los suficientes, ya tiene experiencia con esos bichos, ¿no, duquesa?
Sentí que el ambiente ganaba sobriedad y mi expresión lo reflejó. Tomé otro sorbo de mi bebida, una cerveza con un sabor robusto, espumosa y fría, mientras lo escuchaba atenta.
—No podría decir que tengo una nave lista para ello actualmente —respondí, reposando el envase en la mesa de madera, lo cual emitió un ‘tac’ orondo al golpear  la superficie suavemente, gracias al sonido de la jarra de madera con líquido— ni que mi experiencia sea la más prominente pero detesto a las malditas cosas. Comprendo que su actividad reciente es meramente una respuesta al asalto del difunto Jameson, pero han pasado ya bastantes años, y su fuerza de asalto comienza a incrementar. Creo que de insectos hablando, tenemos más de un enemigo en común. Manténgame informada, pero con lo que concierne, puede contar conmigo en operaciones organizadas. Con bastante más gusto me encantaría derribar a las malditas cosas. —le sonreí sin mirarlo. Tras una breve pausa y un silencio, resumí—. Dígame, comandante, ¿qué tipo de nave le haría falta en esa flota? ¿Un tanque? ¿Asalto? —Alcé mis ojos para observarlo.
Mi comentario pareció hacerle gracia ya que, arrugando su barbilla y frunciendo el ceño, parecía aguantarse la risa—. Verá, faltan todas. No tenemos nada aún. Lo más que he apañado ha sido una Vulture con multi-cañones experimentales, pero hemos hecho los deberes. Llevo, yo al menos, un mes investigando ruinas guardianes, lo cual es una tocada de pelotas de nivel ‘gargantuesco.’ Pero estamos motivados y sedientos de sangre verde; al menos yo.
Como en coordinación, tomamos ambos otro sorbo, mirando al anillo en el que estábamos girar y girar lentamente. Gracias a esa rotación teníamos una cómoda gravedad que nos permitía disfrutar del paisaje a gusto y de placeres menores como sentarnos sin avíos que nos fijasen a una silla, o de disfrutar bebidas en tazas abiertas, sin tapa. Niberobey continuó hablando—. El objetivo es matar tantas de esas cosas como podamos para retrasar su avance o —pausó para tomar otro corto trago de su whisky observando los robles en la distancia con una nueva apreciación en sus ojos por la taberna— ooo al menos empujarlos al territorio que no sea de nuestra influencia. Que si —continuó, haciendo una serie de aspavientos con sus manos, exagerando las muecas— que pelearemos con la misma saña pero —pausó de nuevo, a mitad de frase para echar otro trago, y al tragar regresó con la misma energía— pero no es lo mismo pelear rompiendo tu casa que hacer la guerra lejos de lo poco que te es querido y llamas hogar. A mí, al menos —se reclinó en la silla y abrió los brazos para señalar el paisaje verdoso— no me gustaría ver este espectacular paraje reducido a un charco de moco verdoso corroído por una sucia plaga de ácido viscoso y asqueroso.



Sin interrumpirlo, escuchando en silencio mientras iba hablando, gesticulé al mesero, elevando dos dedos para ordenar dos de lo mismo que estábamos tomando. A la mención de este lugar, Vance Terminal, no pude evitar fruncir el ceño a la desagradable y muy real imagen que me sugería. Me torné para observar el verdor, el cual se iba cubriendo de penumbra debido a su posición en el giro, de cara opuesta contra la estrella, y sentí como mis pensamientos se reflejaban en mi semblante. Los árboles, las praderas y la taberna comenzaron a teñirse de negro, iluminados por unas lámparas de brillo natural que se mantenían siempre activas, como faros en medio de la oscuridad preparados para los vestigios de una noche intermitente, mostrando el camino.
Él tomó otro sorbo de su bebida, dejando que el peso de sus palabras calara en mí, iluminado tenuemente por una lámpara que colgaba de uno de los postes que sobresalían del barandal, estribando la marquesina del porche—. Y bien, ¿qué me dice? ¿Se une al ‘escuadrón de alimañas’ en pos de matar Thargoides? O elija un mejor nombre, que lo de los nombres no se me da bien.
Luego de un instante de silencio, tomé un último sorbo de mi primera bebida y al colocar el envase de vuelta sobre la mesa con un chasquido hueco, le extendí la mano abierta—. Cuente conmigo, comandante. Sólo dígame qué necesita, y ahí estará, a su disposición.
Niberobey extendió su mano entusiasmado y satisfecho—. Duquesa —hizo una breve reverencia con la cabeza— será un placer contar con su inestimable ayuda. —Estrechó mi mano y volvió a acomodarse en su asiento para apurar lo que le quedaba de bebida antes de que llegara el mesero—. ¿Sabe? —inspeccionó el fondo del vaso mientras hablaba— Creo, si la memoria no me falla, lo cual no me sería raro, jamás he tenido una reunión de este calibre sin romperme los nudillos o algún hueso. —Ambos sonreímos frente a la observación— Lo cual es a la vez agradable y frustrante pero podría acostumbrarme a esto. Dígame, ¿todos los miembros del Imperio son así de pomposos y suaves o es porque es una freelancer? ¿O es que quiere causarme buena impresión? —sonrió mostrando los dientes ampliamente, como si estuviese mordiendo algo.
—Sólo yo. —asentí—. El Imperio ha sido siempre tradicionalista en lo que son modales y costumbres. Podría decirse que casi llevo una doble cara, una para cada necesidad. —murmuré, alzándome de hombros—. Y bueno, si necesite alguien que le ayude a partirse la cara, podríamos organizar eso algún día. —Una sonora carcajada inundó el porche de la taberna. Niberobey se sobresaltó por la risa estrepitosa, pero parecía acostumbrado a ese tipo de bullicio.
—Put… Walker… —murmuró levantando la cabeza, mencionando a quien me imaginé le había recordado mi risa. Al alzar su mentón, la luz artificial de una de las farolas se reflejó de su cicatriz facial.
Suspiré antes de pasar la risa, mirándolo a los ojos con seriedad—. Veo que también le falta un ojo. —Sonreí, discutiendo su implante ocular, y abrí ambos ojos un poco más claramente—. A mí me faltan los dos ojos. —Estaba consiente que mi ojo diestro era de un color blanquecino como la leche, marcado por una profunda cicatriz que corría desde mi frente, a través de mi párpado y parte del mismo orbe, hasta mi mejilla. Era ciega en un ojo. Mi ojo siniestro era también un implante ocular, pero de un modelo un poco más antiguo—. Es curioso ver a alguien con el mismo defecto que yo. —me alcé de hombros apenas, tomando otro sorbo de mi jarra.
El comandante  intentó farfullar algo, apurado por responder mientras que paladeaba su trago—. Verá, lo del ojo es una curiosidad. ¿Sabe lo que ocurre cuando le encajan un vaso de chupito en la cuenca del ojo? Ya le adelanto que pierde el globo ocular y no es nada agradable. Lo peor es que ni siquiera fue culpa mía. Así fue como pagué una deuda de juego de mi padre; el desapareció y luego lo hizo mi ojo. La cicatriz me la gané yo. Una rotura de cabina. No me dio tiempo de ponerme el casco. Pero tener un ojo biónico tiene sus ventajas, o eso dicen.
Negué con la cabeza, sorprendida por la coincidencia—. Pero qué cosas. Lo mío también fue con la ruptura del cristal en la cabina. Fui menos afortunada, uno de esos cristales se me incrustó en el ojo derecho y por eso perdí la vista de ese lado permanentemente. Tardé demasiado en atenderme por un profesional, y el daño mató los nervios de ese ojo. Así que, aunque hay un tratamiento experimental para recuperar la vista y reconstruir los nervios, el tratamiento es bastante costoso y la recuperación es larga. Así que lo dejaré como está por ahora. Con mi izquierdo tuve más de suerte, como se imagina, y el daño fue menor, así que logré ponerme este implante que me ayuda a ver algo más periféricamente y volar mejor. Está sincronizado con las cámaras dentro de la nave, así que me otorga un rango de vista completo. —Sé que al hacer esta observación lo animé a que notase que yo inclinaba mi rostro siempre un poco hacia la derecha para poder observarlo con mi buen ojo—. Pero bueno, creo que lo del vaso en la cuenca del ojo tampoco suena peculiarmente emocionante, pero debe ser una historia entretenida. —Tomé otro sorbo de mi cerveza.
Brindamos de nuevo, en silencio. —Duquesa, empiezo a pensar que quiere emborracharme. —me dijo al tomar otro sorbo de su bebida—. He de serle sincero, no es mi primera ni mi segunda copa hoy. Ni siquiera la tercera. Y la verdad, dudo que sea la última. Este paraje es relajante. Podría acostumbrarme a esto pero echaría de menos la taberna de la Paqui.
Me reí con su observación y tomé otro trago. Tras del comandante, Mikael limpiaba una mesa en silencio. Había puesto una música tradicional de la Suramérica terrestre que sabía que me encantaba, un tango particularmente antiguo. Todo sobre este lugar era una ventana al pasado y me fascinaba venir aquí, por lo cual mis propinas eran siempre generosas. Había considerado incluso el comprar el local para conservarlo. Con mis  dedos, corrí por la topografía del barandal de madera, sintiendo los brotes y nudos de la madera.
—¿Quién es Paqui? ¿Su pareja? —murmuré alzando las cejas.
Esta vez, fue a él a quien se le escapó una risotada estruendosa, que más que nerviosa era condescendiente—. Paqui, mi pareja. Noooo. Paqui es la que regenta la taberna de Mendez Dock. Es más conocida como La Paqui, la de las tres tetas. No pregunte, será mejor así. Y por favor, tutéeme, al fin y al cabo yo soy una alimaña que apoya a la Alianza por conveniencia y usted una duquesa del Imperio.
—Lo de tutearle, haré el esfuerzo. —mentí—. Pero ya entenderá que luego de años y años de eventos y campañas y negocios, se pega el usted. Esa es la parte de mí que será siempre imperial, supongo. —Me alcé de hombros una vez más, riéndome bajo. La luz del sol comenzaba a regresar progresivamente.
—No se preocupe, si ve un par de millones sobre mi cabeza, no se lo tendré en cuenta, así le costará menos tutearme. Por cierto, lo del ojo… —retomó el tema por su propia volición con un tono más ligero—. Es útil. Veo bien, pero lo más interesante es la conectividad. Tampoco pregunte, yo tampoco sé cómo. —No comprendí muy bien ese comentario, pero me limité a escuchar—. Igual, si me clavaron un chip en la sesera sin que lo supiera, tampoco lo descarto la verdad. Y si siente curiosidad, mi pareja aúna modales imperiales, eficacia federal, libertad de la alianza, y salvajismo independiente. No sé si entiende. —guiñó su ojo natural con picardía—. De hecho, no descartaría que me ella me tuviera monitorizado las 24 horas del ciclo de rotación de la vieja Tierra. —La pródiga luz de la estrella comenzaba a reflejarse en el ojo biónico de Niberobey y parecía que molestaba su ojo natural así que volvió a ponerse sus gafas de sol.
—Suena a todo un personaje. —Le sonreí. Era aparente que tenía especial con ella. Bien por él—. No sé si lo mío es ir a un bar para observarle la cantidad de bustos que lleva una mujer, pero me imagino que si tan expuestos los lleva, dará bastante de qué hablar. —Tomé otro sorbo del líquido oscuro frente a mí, saboreándolo con más remanso esta vez.
—Sí, Paqui da bastante de qué hablar, pero mi pareja no es de esas. Todo lo contrario. Sin embargo, en el Tugurio de la Paqui, hay chicos y chicas exponiéndose al disfrute visual de cualquiera que entre. —Otra acotación suya que no supe cómo interpretar. Él tomó un trago largo para acabar la copa—. Duquesa, ha sido un placer. —Se levantó, no sin dificultad por la cantidad de alcohol en el cuerpo. Yo me comencé a levantar del asiento pero él negó que lo hiciese—. Disculpe, puedo llegar bien, no se preocupe. No se levante. —Carraspeó antes de seguir—. Espero me devuelva la visita; con gusto la guiaré por el antro de perversión más afable que haya conocido. —Y otra observación que no sabía cómo interpretar—. Y si se lo pregunta, en la estación tenemos plataformas grandes para su Cútter. Con suerte podrá conocer a la geóloga la Alianza que me da los chivatazos de zonas de extracción jugosas para cazar recompensas. —Comenzaba a decir disparates. Contuvo una risilla y se puso firme, ofreciéndome un saludo militar. Me recordó, con ese decoro apresurado, a los oficiales que honraban mi llegada cada que desembarcaba en una estación imperial—. Hasta la ‘vista’ —jugó él con la palabra, probablemente luego de todo el tema de perder los ojos—, comandante.
De igual forma, hice caso omiso a su recomendación de no levantarme de mi silla, para despedirle adecuadamente. En vez de responderle con un saludo militar, los cuales estaba tan acostumbrada a recibir, le estiré mi mano para estrechar la suya—. Tendré que pasarme por allí entonces, no puedo perdérmelo. Tengo que pasarme por el famoso Tugurio y ver a la famosa Paqui. Vuele con el mayor cuidado posible, y no se choque con la estatua de salida. —Nos dimos un firme estrechón de manos y, entre risas bajas, asentimos en despedida y lo observé partir.






Una hora más tarde, con tres cervezas más encima…
Con cara de inmensa irritación, agarré al mensajero de las solapas, zarandeándolo violentamente.
—¿Qué hay dentro del paquete? —rugí sin cuidado. Un mensajerito de tres por cuatro me había estado esperando en el corredor principal anterior al hangar. Una horripilante idea se cruzó por mi mente y, observando en todas direcciones, agucé el oído—. ¿Es una bomba?
El patético mensajero comenzó a lloriquear—. No lo sééééé… Sólo soy un mandado…
—¿Quién lo envía? —gruñí, zarandeándolo de nuevo—. ¿Quién trata de matarme ahora?
El tipejo levantó su holo-pad con una mano temblorosa y logré echarle un vistazo al nombre de la remitente: “Comandante Maya Fey.” Oh. Ups. Solté al pobre hombre, que se desparramó por el suelo y dibujado en su rostro se veía muy claro un ‘no me pagan lo suficiente para esto’ a la par de un ‘ayuda por favor.’ Parecía que iba a llorar. Volteé el rostro y solté una risita discreta sobre la patética imagen. El desarreglado y trastornado mensajero se levantó aún temblando como una abuelita con párkinson, e intentando recomponerse, me tendió el holo-pad para que lo firmara. Ahí. Clic.
Me agaché para recoger el pequeño paquete; era ligero y se sentía acolchonado, como si la remitente se hubiese tomado el trabajo de poner relleno para proteger los contenidos, y al sacudirlo parecía que varios objetos pequeños brincaban en su interior. Alcé la vista para hacerle una pregunta al mensajero, y descubrí que había desaparecido, el sonido de sus pisadas atosigadas en dirección de vuelta a su nave de reparto lo delataron. Ahogué otra risilla divertida mirando en dirección a su huída.
Bajé mi mirada de nuevo para abrir el paquete. Al abrir la caja pude percibir el olor a perfume mezclado con grasa de nave, y al retirar el relleno encontré dentro una bonita caja de bombones y una nota que leía “Felicidades por tu posición de diplomática” con su firma al pie de página. Pasando los dedos por el borde de la tarjeta, sentí el borde recortado con alegres ondulaciones; la misma estaba también rellena de adorables estampitas de corazoncitos, estrellitas y sonrisitas. Sostuve la tarjeta, con los ojos entrecerrados, intentando procesar el obsequio.
El mensajero se había quedado pasmado, escondiéndose detrás de la esquina del pasillo a la izquierda, pero la curiosidad le hizo quedarse, contra sus mejores instintos, para fisgonear desde la distancia sobre los contenidos del paquete. Una profunda y estruendosa risa que emergió de mí fue suficiente para echar al despavorido mensajero a correr de verdad—. ¡Es una bomba! ¡Esa mujer tiene una bomba! —huyó chillando.

Fin de la transmisión.

[Éste ha sido un trabajo de autoría conjunta con los comandantes mencionados en la narrativa. Se extienden los más profusos agradecimientos por sus contribuciones.]
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