Bitácora de la comandante 08
30 Jun 2020Snowsturm
Sector: Inner Orion SpurCuadrante: -20 : 13 : -90
Sistema: Wathiparian
Localización: Wathiparian 1, estación orbital Kelleam City
Hora: 06:21:13 del 18 Jul 3304.
Cambio.
Sentada en un diván con mis codos sobre mis muslos, sostenía una taza de café entre mis manos; su calor sembrando espigas de placer, las cuales me costaba discernir, a lo largo de mis palmas a través de la porcelana imperial. Bajo un manto de letargo, observaba bajo párpados pesados la superficie cobriza del planeta que orbitaba esta estación desde el ventanal de mi habitación de hotel.
Bajo el efecto del sopor matutino, mis sentidos atontados sobrecogían todo en un hálito de desconcierto, llevándome a divagar entre la bruma de mis memorias. Parpadeé lentamente, intentando ahogar una ofuscación que intentaba emerger en enojo. Como hoy, a veces se me hacía más difícil de ignorar el hecho de que no podía ver desde un ojo. Aunque tenía la ventaja de que el otro restante había sido reformado tecnológicamente y me ofrecía algo más de vista periférica, seguía siendo una molestia insondable.
Apoyé la taza en mi regazo, aún nublada por el sueño, y observé mi reflejo en el vidrio reforzado que me separaba del vacío infinito. Allí vi a un par de ojos dispares observándome con un soñoliento desinterés. Uno era de un blanco, nublado como un planeta tormentoso, y denso como el algodón. El otro era negro, como el color de piezas nuevas de fibra de carbono, recién desempacadas, con pequeños vértices, líneas y ángulos que desvelaban su naturaleza artificial. ¿Cuánto tiempo había pasado desde eso? Una breve y lánguida risa palpitó en mi garganta antes de morir de nuevo bajo un sinsabor agrio. La memoria de cómo había perdido mis ojos me turbaba entre el sopor; la forma de los fragmentos de vidrio avecinándose inevitablemente en mi dirección, el ahogo por la falta de oxígeno... Todo sucedió tan rápido. Un combate, casi como cualquier otro, que salió mal. El cristal de la cabina, fracturado por el asalto de armas pesadas, cedió sin aviso en una explosión violenta de miles de pequeñas estelas brillantes. Aunque por ley de inercia todos los fragmentos deberían haber sido expulsados hacia el vacío exterior, algunos rebotaron en mi dirección al chocar contra el labio sellante de los soportes metálicos del parabrisas durante un giro cerrado.
Cegada por el dolor de las dagas cristalinas incrustadas en mi rostro, alcancé a ponerme el casco afanosamente para no morir asfixiada. Podía sentir la sangre cálida escurriendo entre las cuencas de mis ojos. Con maniobras memorizadas ascendí a velocidad de súper crucero, escapando de mi agresor. El titilar del contador del soporte vital que anunciaba los minutos restantes de oxígeno me obligó a aceptar una dura realidad. Tendría que forzarme a navegar por uso de al menos uno de mis ojos, ya que no contaba con asistente de súper crucero en esta nave. Gemí del dolor por un instante, en la intensidad del negro espacio, iluminada por las alarmas bombillas de emergencia. Con lo poco que entendía de medicina táctica, asumí con severidad que el ojo que eligiese tendría un riesgo mayor de tener complicaciones más delicadas. El intenso dolor en mi ojo derecho me inclinó a suponer que la herida era de mayor gravedad allí.
A través del más intenso y desquiciante dolor que hubiese sentido hasta la fecha, abrí mi ojo. Para mi horror, como un vórtice horripilante de colores, una vista caleidoscópica tintada en sangre se presentó ante mí. Mareada por el dolor, logré ajustar el curso de mi nave hacia la estación.
Sudor frío corría por mi cuello mientras aguantaba la agonía.
...
Suspiré, cerrando los ojos, y tomé otro sorbo del café oscuro para intentar disipar las terroríficas visiones. Fruncí el ceño. No recuerdo cómo aparqué.
...
-Comandante, por favor no ocupe plataformas de aterrizaje no asignadas. -me advirtió el controlador de tráfico aéreo.
Algo musité en un aliento.
-Comandante, ¿copia? Responda por favor.
-No puedo ver... -murmuré al fin desgastada.
Escuché una sirena en alguna parte. Alarmado, me contestó de inmediato-. ¡Asistencia médica va en camino, comandante! ¡Manténgase tranquila!
Eso es lo último que recuerdo. De ahí, recuerdo divagar en la oscuridad por días. Un mar de sensaciones y sonidos que me mecían en direcciones desconocidas. Algún doctor explicándome posibles implantes y reconstrucción neuronal. Alguien llevándome de la mano hasta el baño. Algún auxiliar dándome de comer. Alguna presencia charlando nerviosamente sobre noticias imperiales irrelevantes. Algún profesional médico con un tono grave, explicándome algo sobre nervios muertos en un ojo. Un espacio en blanco. Un doctor felicitándome porque la operación había sido un éxito.
...
Contemplé en silencio el fondo del pocillo aún cálido entre mis manos. Llevando mi diestra a mi rostro, sentí el relieve de la profunda cicatriz que atravesaba mi ceja y párpado. Al abrirlo, intenté con determinación observar mi mano a medida que empuñaba los dedos, sin ser capaz de verla.
Suspiré.
Me levanté al fin, tambaleando en dirección a la ducha, frotándome los ojos.
Fin de la transmisión.