Expedición STNR 1. Capítulo 3. Tres cafés
17 Mar 2023Topo Estepario
–¡Maldita sea!Durban Renko golpeó con furia el panel de acceso de la Anaconda. En sus años de ingeniero de a bordo en portanaves no se había encontrado nunca con un encriptado tan enrevesado. Aquella escotilla parecía un muro infranqueable que se rehacía por completo en cada intento de acceder.
–Esa Comandante es más de lo que dice.
El nivel de seguridad de aquella nave sólo estaba al alcance de potencias muy poderosas. El Imperio quizá.
–¿Me dejas intentarlo, Durban?
Su ayudante era una prometedora ingeniera con un talento innato para tomar caminos alternativos para solucionar problemas. Más de una vez su intuición había inspirado soluciones complementadas con su experiencia.
–Adelante, Arantxa. A ver si tu magia vence a esta cabrona.
Arantxa conectó su pad al panel y engarzó una fisura en la placa. Casi al instante, el sonido de los cierres de la escotilla liberándose sorprendió a Durban.
–¡Joder, Arantxa! ¿Cómo has hecho eso?
Arantxa dio un paso atrás. Su cara no expresaba orgullo por la proeza, al contrario, en su gesto solo había perplejidad y sorpresa.
–No, Durban, yo no he sido. Ni siquiera había activado la fisura aún. La han abierto.
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Sonya Ramírez se miraba la espalda en el espejo. Todavía estaba dolorida por la descarga eléctrica que había recibido cuando los guardias la separaron de Salvor. Tenía una enorme quemadura en su omoplato izquierdo y un intenso dolor de cabeza por el culatazo de una Karma. Sobreviviría.
Sonó el llamador de la puerta y una voz firme y grave preguntó:
–Comandante Ramírez, voy a entrar.
–Un momento –dijo Sonya mientras se volvía a poner la camiseta– Adelante.
La puerta se abrió y entró un hombre que rondaba los 50 años, de tez curtida y oscura. Mediría en torno a los dos metros y su corpulencia descartaba cualquier oportunidad de salir airosa de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Contrastaba con sus gestos pausados y firmes. Sus ojos la localizaron inmediatamente y comprobaron cada rincón del camarote en décimas de segundo. En silencio, aquel hombre se sentó en la única silla de la estancia y con un gesto la invitó a hacer lo mismo en la cama.
–Soy el Comandante Turk Marshall.
Sonya permaneció de pie en el umbral del servicio.
–Comandante Ramírez –continuó Marshall–, espero que salvo por el incidente con el Comandante Salvor, nuestra gente le haya tratado bien.
–La comida deja algo que desear, pero sí, no me puedo quejar.
Marshall sacó un puro de Kamitra y preguntó con la mirada.
–No, gracias, no fumo.
Marshall se encogió de hombros. Un aroma a vainilla inundó la estancia mientras encendía pausadamente el cigarro.
–Bien, Comandante Ramírez. Sería interesante que empezara a explicarme qué hace aquí, a más de 15.000 años luz de Onil, con una Anaconda de combate destrozada.
–Huir como le dije al Comandante Salvor. Tuve que salir muy deprisa de Onil. Me buscaban para matarme.
Marshall sonrió, se levantó y se acercó a Ramírez hasta quedarse a apenas unos centímetros de su cara. El gesto afable que tenía hasta ese momento, tornó en una mirada dura e intimidante. Esos ojos parecían taladrarla.
–Ramírez ¿en serio aparento ser tan idiota? Los daños de esa nave no le habrían permitido salir siquiera de La Burbuja y mucho menos hacer 15.000 años luz sin repostar. El colector de combustible de esa Anaconda está frito.
Sonya se quedó muda. Intentaba salir de la situación pero su cerebro no era capaz de encontrar una réplica plausible.
–Venganza.
Mejor decir la verdad.
–Buena razón, sin duda. –Marshall rio a carcajadas– Yo mismo la uso muchas veces. Cuestión de principios. Explíquese.
–Mi padre era el General Janov Ramírez.
–Un buen hombre, según tengo entendido. Yo mismo lo enterré en Onil 4a, con todos los honores.
Sonya estaba confusa. Lo que acababa de oír no encajaba. Empezaba a volver a sentir esa ira que la hacía perder el control.
–¿Se está burlando de mi, hijo de puta? ¡Vosotros lo matasteis! –intentaba contener las lágrimas de rabia sin éxito.
–Así que es eso.
Marshall la miró. Aquella mujer estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no saltarle encima. Su piel dibujaba cada fibra de sus músculos y tenía los nudillos blancos de apretar los puños. Pero se contenía. Sabía que no era rival para él.
–Comandante Ramírez. Ha sido un placer –y dándole la espalda salió de la habitación.
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Tres cafés. El ascensor estaba saturado de ese aroma. Durban era adicto a la cafeína y arrastraba a esa mierda a todo el que lo rodeaba. Pero estaba rico y la oportunidad de charlar con Arantxa un rato, su bella ayudante, era un buen incentivo para abandonar su puesto de guardia con un motivo justificado.
El ascensor se detuvo en el nivel de astilleros.
Los astilleros ahora disfrutaban de tranquilidad. Tras una intensa actividad en las batallas de Onil, los ingenieros y mecánicos estaban ociosos ya que apenas atracaban un par de naves de exploración al día para hacer reparaciones menores.
–¡Salieri! –un mecánico levantó la vista de la mesa de póker improvisada en la que estaba con otros cinco– Todo un detalle traerme ese café.
–No es para ti, cretino –rio aceptando la broma– ¿Dónde está Durban?
–En el hangar de la plataforma 10. Están con esa Anaconda que rescatamos ayer.
–¿Y por qué tan lejos?
–Cosas del protocolo.
Los pasillos estaban vacíos y sus pasos resonaban con el eco de sus pasos. Al fondo, una mortecina luz salía de la escotilla del único hangar activo, el 10.
–Durban –gritó– os traigo una sorpresa.
Silencio. Raro. Durban sabía que eso significaba un café y una pausa en el trabajo y para eso siempre estaba dispuesto.
Entró en el hangar en penumbra. La anaconda estaba allí, como una ballena varada y moribunda. Bajo ella, los focos de trabajo alumbraban la escotilla abierta.
–Vaya, habéis conseguido abrirla.
Tropezó y uno de los cafés cayó al suelo.
–¡Mierda!
Miró al suelo y Durban estaba ahí, con un rictus de terror en la cara embadurnada de sangre.
–¡Joder, Durban! –con un gesto automático, activó los escudos y sacó la pistola Karma– ¡Arantxa!
Se acercó lentamente a la escotilla alumbrando las sombras de su camino.
–¡Arantxa! –las manos le temblaban por el subidón de adrenalina.– ¡Mierda, joder, Arantxa, contesta!
Y la vio, tenía el pecho abierto y el mismo gesto de miedo y perplejidad en la cara.
–¡No, joder, joder, jo...
Un dolor intenso en la espalda le cortó la respiración. Intentó girarse y disparar a lo que le atacaba pero la pistola se resbaló de sus manos fláccidas. Giró la cabeza y deslumbrado por los focos sólo pudo adivinar una figura que no correspondía con nada conocido fuera de las novelas de horror que tanto le gustaban. Intentó hablar pero la oscuridad lo envolvió.
(**Sigue el Out of Context de Marshall en Twitter: @CmdtEstepario**)