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Que Dios no conozca tu nombre (1)

24 Oct 2024Topo Estepario
Lo había perdido todo. La carga, la nave y los sobornos para evitar acabar con mis huesos en The Sepulcre habían dejado mis finanzas en las más absoluta ruina.

–El trabajo es fácil –me había dicho Val Goodman– sólo tienes que llevar la carga a Geoffrey's Crash en LTT 9846 y entregarla a nuestro contacto.

Pero a aquél cabrón se le olvido mencionar que aquella cloaca perdida en el sur de la burbuja estaba gobernada por una facción de fuertes convicciones religiosas que se tomaba muy en serio los preceptos de sus dioses que no toleraban el tráfico de drogas ni el contrabando... Tampoco lo culpo, fui descuidada y no hice los deberes previos, confiando en que una pandilla de paletos aislados de la civilización no iba a darme serios problemas.

No soy novata en el contrabando y hasta ese día había podido sortear fácilmente a las autoridades del sistema y siempre me las había arreglado para guiar la voluntad del funcionario de turno para que se perdieran multas y recompensas con mi nombre, la gente de Interestellar Factors son unos usureros, pero hacen muy bien su trabajo. Todo era cuestión de precio. Pero en LTT 9846, torcer la voluntad de funcionarios con férreas convicciones religiosas (y seguramente el temor a un severo castigo si eran pillados aceptando un soborno) era caro, pues había que hacer que les mereciera la pena correr el riesgo.

Me pude hacer con una vieja Cobra que a duras penas aguantaba dos saltos sin que tuviera que desmontar los inyectores de Motor de Distorsión y, aunque me servía para ganarme el sustento, estaba confinada en aquellos cuatro sistemas. Llevaba atrapada en aquel agujero cuatro meses, sobreviviendo con pequeños trabajos de escolta, trapicheando con Lazarus y Push y lo que iba pudiendo hurtar de los escasos asentamientos a mi alcance, pero bien sabía que aquello no me llevaría a ninguna parte. Cualquier intento de llegar a sistemas más civilizados hubiera sido un suicidio, ese pequeño sector era una isla separada de tierra firme por un océano de anarquía y soledad y yo sólo tenía una barca hinchable para cruzarlo. Imposible.

El bar de Geoffrey's Crash era testigo de mi caída. Tenía que recuperar la Sulaco, la Type-8 que había me había catapultado a la fama en Kaan como contrabandista, llamando la atención del Jefe Goodman. ¡Qué incauta fui! Me pudo la vanidad ¿Por qué no habría de fijarse en mi il capo de los Storm Seekers y más ahora que volvían a resurgir? Aquella misión podía propiciarme buena reputación con una facción rica, ambiciosa y poderosa. Podía dejar atrás las penurias pasadas para hacerme con la Sulaco, el último grito en transporte. Lakon había dado en el clavo para que los comandantes medios jubiláramos nuestras viejas Python y si tenía la suerte de encontrar un trabajo como el de Goodman, podía amortizarla en un par de viajes.

Estaba haciendo cuentas de cuántos años me iban a hacer falta para levantar el embargo de la Sulaco con esos pírricos trabajos, cuando lo vi acercarse lentamente. Un paso blando, como si no tocase el suelo. No era la primera vez que alguien que se había excedido con la mezcla de alcohol y Cepa comenzaba una pelea y esta vez parecía haberme tocado a mi.

Ni siquiera lo miré directamente, lo estudié con la visión periférica. Iba a ser complicado, aquel hombre medía casi dos metros y aunque la cara revelaba una edad no menor de 50 años, físicamente se le veía en forma. La mirada era dura, con unos ojos de un intenso color azul que destacaban aún más por el cetrino tono de una piel curtida. Tenía el pelo cano y peinado con cientos de pequeñas trenzas que recogía hacia atrás en una coleta, barba corta y bien perfilada. Iba vestido a la manera fronteriza, con una larga levita y un foulard de pesado cuero que le cubría el mentón, parte del pecho y los hombros donde dos grandes broches sujetaban el conjunto. En la mano sostenía el tradicional sombrero de ala ancha que depositó suavemente sobre la mesa en la que estaba yo sentada.

–¿Le importa que me siente?

Iba a responder, pero no esperó a mi respuesta. Mientras se sentaba hizo un gesto al camarero el cual respondió levantando el pulgar.

–Permita que la invite –dijo mientras el camarero dejaba en la mesa dos vasos y una botella de Brandy Laviano.

Miré mi vaso lleno de orujo barato y sonreí.

–Bueno, parece que mi suerte va a cambiar.

Tampoco era la primera vez que un hombre intentaba emborracharme para llevarme a la cama, aunque desde hacía algunos años esos intentos habían empezado a bajar de frecuencia... y bueno... aquel tipo parecía educado... y no estaba mal... no, nada mal. Llenó los dos vasos lentamente, volcando la botella lo justo para que el líquido cayera de forma constante, ritualmente y como si me hubiera leído el pensamiento dijo:

–Pues es muy posible, pero no en el sentido que sugiere...

He de admitir que me quede un tanto desconcertada. Aquel hombre no solo no había reaccionado a mi flirteo, sino que lo había cortado elegante y definitivamente. No, no estaba ante un ligón de bar. Ese hombre quería hablar de negocios.

–Pues usted dirá –cambié el registro rápidamente adoptando una posición profesional.

–Mi nombre es Turk Marshall y soy el Comandante en Jefe de la Flota...

–Sine Terra Nullus Rex. Sí, Comandante Marshall, sé quiénes son y a qué se dedican.

Mantuve la compostura, forzándome a mantenerme estoica pero... ¡No me jodas! Estaba ante el mismísimo Turk Marshall. Una jodida leyenda, un fantasma que llevaba azotando al Imperio de Aisling Duval en la periferia desde hacía 30 años.

–Me alegra que nos conozca, eso nos ahorrará mucho tiempo en presentaciones.

Echó mano al pequeño bolso que le colgaba del cinturón y sacó un papel doblado que puso sobre la mesa, acercándolo hacia mi con dos dedos.

–¿Qué es eso?–dije.

Marshall se limito a señalarlo con la palma hacia arriba invitándome a cogerlo. Abrí el papel. Era un documento oficial de las autoridades del sistema sellado por Rock Pack en la que declaraba que "La Nave Type-8, de nombre Sulaco, con identificador MEL-04A, había satisfecho todas las cargas que motivaban su inmovilización, conminando a la propietaria, la Comandante Melina Alvarado, a retirarla de los hangares de incautación en un plazo no superior a 72 horas".

–Vaya, ahora parece que estoy en deuda con usted, Marshall. ¿Qué favor saldará la deuda?

Marshall sonrió.

–Seguir con lo que está haciendo hasta ahora, pero de una forma -hizo una pausa- más ordenada.

Sine Terra Nulus Rex era oficialmente un grupo de mercenarios, renegados de una facción aniquilada en las primeras expansiones del Imperio, cuyos supervivientes fueron empujados a las fronteras de la civilización. Su lema "No somos buenos, no somos piadosos, no somos educados" llevaba resonando discretamente tres décadas por los rincones más oscuros de las estaciones y outposts. Si una facción quería atacar a otra pero no podía hacerlo abiertamente, STNR era garantía de resultado. No en vano, sus honorarios eran siempre estratosféricos y se dice que sus carriers se mueven por toda la galaxia con el Tritio donado por más de mil facciones. Pero se dice que a veces actúan por su cuenta, liberando sectores enteros del yugo de facciones demasiado ambiciosas. Tenía que averiguar en qué estaba a punto de meterme, pues un paso en falso con la gente equivocada puede acabar con un paseo espacial sin traje.

–Comandante Marshall, la verdad es que la política no me atrae demasiado. Tener que juzgar la conveniencia moral de trabajar para alguien me parece una pérdida de tiempo, y no estoy en situación de poder permitirme ser éticamente correcta. Pero también valoro mi cuello por encima de cualquier otra cosa, así que si, como parece, voy a trabajar para STNR debo conocer en que avispero voy a meter la mano.
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